Poco, muy poco o nada, hemos salido a la calle. Quiero creer que eso significa que hemos estado cómodos en nuestra segunda piel: lo que llevamos puesto (y sabes que eso para mí no nada más significa ropa, zapatos, relojito, accesorios, sino también peinado, maquillaje… cosmética, en general).
Dicho lo anterior te saludo, como cada quince días, y te abrazo (ahora sí que a plena distancia), con palabras del diseñador Alexander Wang (nació en San Francisco, en 1983): “Cualquiera se puede vestir elegante y glamuroso, pero es más interesante ver cómo viste la gente en sus días libres”.
Y entonces nace(n) la(s) pregunta(s): Nuestros “días libres” ¿Cómo los identificamos? ¿Consisten más o menos en 48 horas a la semana (tomando en cuenta el sistema laboral pre Coronavirus)? ¿Significan esos momentos en los que nadie nos ve? ¿Son los que carecemos de compromisos y/o responsabilidades?
“Cualquiera”, enfatiza Wang, puede ser glamoroso. Personalmente no podría estar más de acuerdo, porque siempre he dicho que glow mata glamour, porque el primero consiste en tener la responsabilidad de encender nuestra luz interior convertida en la energía que proyectamos, mientras que el segundo se quita y se pone. En torno a la elegancia, sí podría debatir con el joven Alexander (cuyos diseños disfruto vestir, dicho sea de paso, porque fusionan lo casual con asimetría) porque no creo que cualquiera la domine. La verdad. Porque para mí no recae en códigos de vestir sino de actuar. Y, sí, la ropa, el make up, una fragancia… todos esos maravillosos aliados de los que nos liamos para presentarnos ante el mundo, son como una pieza de alta relojería, de esas que me gusta siempre compartir: Somos nosotros quienes le damos vida.
“La elegancia… Si una mujer no la tiene desnuda, no la tendrá vestida”, dijo alguna vez el siempre creativo y honesto Karl Lagerfeld.
¡Esto sé está poniendo mejor! Porque mira, la casa de nuestro espíritu es el cuerpo. Entonces: ¿Cómo queremos que sea la casa de éste? ¿De qué lo queremos vestir? Mi respuesta: Haciendo homenaje al origen de todo: Yo. Y yo soy yo sin importar el día de la semana, o la hora. Sola o acompañada. De buenas o de malas. Aquí y allá. ¡Todo el tiempo!
En breve los niños escogerán (aún sin salir de casa) un disfraz para ser, por unas horas, alguien más. ¡Es divertido! Aunque a decir verdad, conforme pasa el tiempo y se vayan haciendo más adultos, espero intenten vestirse para ser más ellos. ¡Genuinos! Eso, para mí, es la epítome de la elegancia: ser uno mismo, invitando a que los demás se animen a ser lo mismo: ¡libres!
POR LINA HOLTZMAN
@LINAGLOW