Hablar de decencia parecería relacionarse con una visión decimonónica de la sociedad, donde el conservadurismo de las clases altas chocaba con la realidad de grandes masas inmersas en la pobreza y la miseria, en una actitud considerada como hipócrita por los críticos de un sistema opresivo.
Pero el propio concepto de decencia empezó a cobrar importancia al vincularse con el respeto a los derechos humanos y a la dignidad de las personas independientemente de sus características particulares. Las grandes masacres del siglo XX y la legitimación de regímenes dictatoriales de todo tipo, abrieron la puerta al rescate del concepto decencia como aquello que implica el reconocimiento a la práctica de valores democráticos y a la empatía con los desposeídos y carentes de los mínimos recursos para vivir decentemente.
El resurgimiento de los populismos en el siglo XXI producto de la crisis 2008, revivió los odios étnicos, nacionalistas, y comunitarios que la globalización suponía haber vencido con la libre circulación de mercancías e ideas en todo el mundo. Desde el Brexit y la elección de populistas en Europa y América Latina, hasta la consolidación de este tipo de pensamiento en la figura de Donald Trump, la pérdida del sentido de la responsabilidad en los políticos de ese signo los ha llevado a abandonar el más mínimo nivel de decencia en su discurso y en su práctica cotidiana.
Insultar a los adversarios, descalificar a la democracia representativa, considerar como enemigos a los medios de información, inventar datos para justificar acciones insostenibles, construir enemigos inexistentes con el objetivo de evitar asumir la responsabilidad por los fracasos de sus políticas públicas, y quizá lo peor, generar un odio social capaz de producir violencia irracional sin control alguno, ha sido su modo de operar.
La próxima semana los estadounidenses estarán en posibilidad de detener la rueda de odio, ignorancia y destrucción que ha caracterizado a la administración Trump. No se trata únicamente de un cambio de gobierno, o del triunfo de la globalización contra el aislacionismo en caso de que Biden gane. Sería de hecho el retorno a la racionalidad, al conocimiento científico, al diálogo entre diferentes intereses y formas de pensar. A la posibilidad de un reencuentro de la superpotencia con sus aliados históricos y a reponer lo que ocasionó el rechazo a esta opción por parte de millones de personas atraídas por el discurso simplista del odio y las fáciles soluciones.
En unos días los Estados Unidos podrían recuperar la decencia que perdieron hace cuatro años junto con una buena parte de su democracia. Ojalá podamos aprender de ellos.
POR EZRA SHABOT
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