Si no fuera tan trágico lo que se vive en el país, se podría haber cantado la canción ‘Camino de Guanajuato’ del gran José Alfredo Jiménez. Pero la decisión de tener una sesión presencial en el Senado, para así poder terminar de una vez por todas con 109 fideicomisos, lo hizo innecesario. Con esta acción se demostró que, efectivamente, la vida no vale nada.
Las cosas como sucedieron: los senadores del partido en el poder —y por ende todos los demás— fueron presionados para acudir a sesionar a la casona de Xicoténcatl, ya que el acceso a la sede actual estaba bloqueada por manifestantes. Que ahora el coordinador de la bancada de Morena, Ricardo Monreal, hable de complots y acusaciones ruines, no hará que la verdad desaparezca.
Resultado de lo anterior, el sábado falleció de covid el senador morenista por Tlaxcala, Joel Molina. Después de su muerte, en consonancia con el dicho aquel de ‘ahogado el niño se tapa el pozo’, el mencionado líder parlamentario anunció que se reforzarían las medidas sanitarias en todas las instalaciones del Senado, incluyendo el salón del pleno (que ahora sí se realizarán pruebas PCR a senadores y personal de apoyo, que se exigirán para acceder a las instalaciones legislativas y que sesionará hasta que estén todos los resultados de las mismas).
Hay quien ha asegurado, entre ellos la senadora por el PAN, Lilly Téllez, que Joel Molina llegó enfermo a sesionar a sabiendas de que estaba infectado. No se sabe si esto es cierto y es difícil confirmarlo. Lo que es un hecho, y ciertamente poco ético, es no haber exigido a la entrada del recinto los resultados negativos de la prueba de detección del virus a todos los legisladores y demás personas que asistieron en días pasados al Senado. También que no se hayan tenido las medidas mínimas de protección y prevención del contagio (sana distancia, desinfección de instalaciones y micrófonos, adecuada ventilación, y un largo etcétera que ya cualquiera puede recitar de memoria).
De una forma u otra, debe ser devastador saber que, por la falta de medidas mínimas, hubo alguien que ingresó al senado estando enfermo. Y que dadas las circunstancias antes comentadas, ahora mismo hay una persona fallecida y dos más contagiadas con toda seguridad.
Si bien ‘mal de muchos’ no es consuelo, habría que mencionar que antes de Joel y los dos nuevos infectados, han sido siete los senadores contagiados (no estamos considerando todos los integrantes de sus equipos, asistentes y personal que labora en el recinto; en ese caso la cifra aumentaría bastante y se calcula en 160 personas): Néstora Salgado, Miguel Ángel Navarro, Alejandro Armenta Mier, Miguel Ángel Osorio Chong, Jorge Carlos Ramírez Marín, Rubén Rocha y Antonio Martín del Campo. Desafortunadamente tampoco ha sido el único legislador que ha perecido por el virus. El diputado federal Miguel Acundo González falleció el 15 de septiembre pasado (hoy se habla de 300 infectados en total, contando trabajadores, en la Cámara de Diputados).
Pero lo que aquí relato sí resulta la primera vez que se tiene una infección directa acaecida en el pleno del Senado y donde en la misma sesión estuvieron todos los legisladores presentes, incluyendo los dos nuevos infectados y el hoy occiso Joel Molina. Eso debe ser suficiente para marcar un antes y un después en la postura que asuman los dirigentes del Senado ante el virus y sus actividades como legisladores, no importando el partido.
Y si bien cada quien es responsable de su propia persona, el ejemplo arrastra y el dado por Hugo López-Gatell ha impactado de forma más que profunda y real a lo dicho —muchas veces contradiciéndose— en todas sus intervenciones en Palacio Nacional. El no usar cubrebocas fue una de los más fehacientes y continuos ofrecido.
La muerte del senador Joel Molina no es resultado solo del covid, ni de la mala actuación de la cúpula del poder legislativo. Es también una muestra inequívoca más de que para el subsecretario de Salud, que apenas comparecía ante el Senado con todo y su sonrisa burlona hace unos días, la vida de todos los caídos y la salud de los infectados no vale nada. Igual que en aquella triste canción.
POR VERÓNICA MALO
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