COLUMNA INVITADA

De penachos

Necesitamos urgentemente repensar nuestro nacionalismo, si de verdad queremos conmemorar la caída de la Gran Tenochtitlán

OPINIÓN

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Pedro Àngel Palou/ Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Esta semana nuestro nacionalismo Vuelve a rasgar sus vestiduras. Cómo me encantaría que Jorge Ibargüengoitia estuviera vivo, o Carlos Monsiváis o Salvador Novo para hacernos la crónica satírica de nuestro enésimo intento de traer el penacho de Moctezuma de regreso a Aztlán. Nina Hoechtl, la artista austriaca radicada en México, ha hecho performance e intervención sobre el tema. En una obra llamada Penacho vs Penacho, Súper Devolución es un luchador que entra al ring a pelear con Crazy Boy. En el performance la broma poscolonial funciona mejor que la solicitud de México de que regrese -especialistas del INAH que han ido a “consolidar” la pieza a Austria afirman que no debería viajar, de cualquier manera en al menos diez años-. Salvador Novo satirizó en un diálogo a la Señorita Eulalia Guzmán y los supuestos restos de Cuauhtémoc que en su momento causaron igual fervor patrio hasta descubrirse la impostura.

¿Y si el famoso penacho, que formaba parte de los “regalos” de Moctezuma que llegaron a España era solo un penacho, no el que ha adquirido valor cultural y rédito nacionalista por supuestamente haber estado en la cabeza del Xocoyotzin? No se nos olvide que el tlatoani murió apedreado -la mitología quiere que por su propio pueblo pero muy probablemente en manos españolas.

El próximo año se cumplen 500 años de la caída de la Gran Tenochtitlán. Además del penacho se quieren traer prestados unos códices que están en el Vaticano. Empresa encomiable, no tanto pedirle al papa que pida perdón por el genocidio indígena. El tema de las retribuciones es harto complejo y bien haríamos en México en tomarlo en serio primero adentro, con nuestros propios pecados de omisión y comisión contra los pueblos originarios.

El problema del nacionalismo Made in Mexico como ya hacía ver Salvador Novo a finales de los años veinte, es que inventa una comunidad homogénea allí donde no la hay. Y en esa uniformización cultural arrasa con la afrodescendencia, la plurietnicidad de nuestro país e incluso con la diversidad lingüística. Los mitos, decía el recordado Bolívar Echeverría tienen como función presentar algo bueno como malo, invertir los valores. Así el relato bíblico de la torre de Babel en el que se castiga a un pueblo por su intento de “tocar el cielo, alcanzar el paraíso” con una plaga, la diversidad lingüística, que es en sí misma maravillosa y positiva. Qué queremos recordar como país es una pregunta que no podemos respondernos si no hacemos, también honestamente, otra exploración, qué deseamos olvidar en ese acto de memoria.

Reimaginar México. Ponerlo en plural. “Méxicos”: muchos, contrapuestos, repuestos, expuestos, opuestos. Resolver las diferencias no puede hacerse si se las aplaza, si se las difiere en pos de una falsa armonía. Hay que ver los problemas e intentar sentirlos, pensarlos, intentar resolverlos. El México mestizo, sí, pero también el México indígena. El México urbano, sí, pero también el rural. Y el de los cinturones de miseria y el de la costa y el de la montaña. El de los Tarahumaras, pero también el Tzotzil. El de los pueblos fantasmas que han sido abandonados por los que se han ido a buscar del otro lado lo que este otro lado no pudo ofrecerles. Y el de los que regresan de allá, un año o toda una vida después. El de la casa de cartón y lámina de asbesto, también y el de la bestia el tren de los centroamericanos que también nos cruzan. Mientras México siga siendo sólo ruina y nostalgia será también aplazamiento y vacío. Repetición obsesiva, aparición de fantasmas. Mientras para muchos México signifique hambre, violencia y muerte nos faltará todo.

Necesitamos, urgentemente, repensar nuestro nacionalismo, si de verdad queremos conmemorar la caída de Tenochtitlán. Sin cursilería y sin invenciones New Age. Quien mejor expresa el amor a la patria, siempre pequeña y grande no es quien celebra bárbaramente el terruño y la sangre, olvidándose que esta es siempre mestiza, sino quien ha tenido la experiencia del exilio, del destierro, de la pérdida y ha aprendido que una patria (y una matria) y una identidad no se pueden poseer como se posee una propiedad.

 ¿Cómo leer México sin nublar la vista de un horizonte que no se agote en la agobiante identidad? ¿Cómo transmitir y tranquilizar sin ansiedad?

El pasado no sólo debe estudiarse, o recordarse, sino criticarse.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU