El Salón de los Espejos, de estilo barroco, fue construido con la intención de deslumbrar a los invitados del rey Luis XIV.
Objetivo superado hasta la fecha gracias a sus lámparas de plata maciza y cristal, y esos espejos monumentales que fue toda una odisea fabricar en la segunda mitad del siglo XVII. Los espejos terminaron haciéndose en Francia, pero originalmente se compraban a Venecia en donde, hasta ese momento, eran los expertos en la producción de espejos. De ahí el famoso nombre de los llamados Espejos Venecianos.
Toda mi vida soñé con tener un espejo veneciano colgado en alguna estancia de mi casa y nunca lo había conseguido.
Hace un par de años, durante unas vacaciones por Barcelona entré en una tienda de muebles y decoración de origen alemán. En una esquina y entre muchos cachibaches, había colgado un gran espejo veneciano que me cautivó desde lejos. Entre las muchas cosas que tenía por delante y obstaculizaban mi reflejo, me dejé hipnotizar por sus esquinas labradas y los grabados en sus vidrios. Era un efecto seductor en ambos sentidos, un flechazo a primera vista. Debido a las dimensiones del objeto era imposible pensar en adquirirlo y trasladarlo hasta México donde vivía entonces. Así que sólo intercambiamos miradas y nos despedimos como enamorados de algo platónico.
Cada año volvía a Barcelona de vacaciones e iba a la tienda de interiorismo con la ilusión de seguir viendo el espejo. Cruzaba la puerta nerviosa y llegaba a esa esquina en donde estaba colgado con el corazón latiendo rápido. Giraba la cabeza lentamente con los ojos cerrados deseando que allí siguiera. No sé ni por qué puesto que, insisto, ni siquiera podía llevarlo a casa, pero era como si el espejo me gritara “¡No me dejes!”, siempre allí, esperándome, llenándose de adornos, figurines, lámparas y demás cacharros delante de él sin que alguien tuviera la intención de llevárselo.
Tras dos años, cuando me mudé a Barcelona pensé que era mi gran oportunidad; fui a la tienda a ver si tenía la suerte de que allí siguiera mi encantador espejo. Y sí, seguía colgado en la misma pared llamándome a gritos. Nerviosa pregunté por él y, para mi sorpresa, la dependienta me dijo que era el último que quedaba, que era un producto descontinuado y que hacía unos meses otra mexicana lo había apartado, pero nunca volvió por él. No quedaba ninguna duda de que era para mí y me lo llevé.
El romance con mi espejo veneciano ha sido mi gran maestro de que cuando algo es para ti, nada, ni nadie, tiene el poder de arrebatártelo, ni siquiera el tiempo, y de que todo llega para quien sabe esperar.
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POR ATALA SARMIENTO
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@ATASARMI
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