Un niño, de unos cinco años aproximadamente, gritando groserías en las gradas de un estadio de futbol. Leperadas de todo tipo dedicadas para los jugadores del equipo adversario y para el árbitro, principalmente.
Un grupo de adultos que mueren de risa al escuchar al niño pelado, como si estuvieran en un show de comedia. Parece que mientras más ofensiva la palabrota, más chistosa, es más celebrada.
El chamaco quizás no entiende el significado de las groserías, pero sí que sabe que son hirientes. Entiende que si le dice eso a su papá o mamá será fuertemente castigado, pero ahora es vitoreado por su lépero lenguaje; es la máxima atracción de las 20 ó 30 personas que lo rodean. Se siente importante, exitoso, popular.
No está repitiendo inocentemente algo que escuchó por ahí, consciente le grita a los del otro equipo lo que sabe son expresiones de desprecio, de burla. Eso lo llena de gran orgullo, pues está logrando una atención que hasta antes le era inimaginable.
Entonces entiende que ofender a veces está bien, es divertido. Mientras no se agreda verbalmente a la familia, es correcto dirigir maldiciones y groserías cuando se presente la oportunidad, aprovechando las circunstancias.
La ofensa en sí no importa, lo que es crucial son las consecuencias inmediatas de éstas. Mientras no te pueda responder al que le gritas groserías, no pasa nada. Burlarte es chistoso, siempre y cuando del que te mofas no pueda hacer nada al respecto. Esas preciosuras van aprendiendo estos niños en los estadios.
En lugar de enseñarle al niño el reconocimiento al esfuerzo, el respeto al rival y a la autoridad; la tolerancia, la fraternidad y la compasión, se opta por valorar el desprecio, la burla y la agresión.
Pudiendo decirle al niño que la educación se puede y debe demostrarse en cualquier lugar, que siempre hay que respetar a cualquier persona, que hay que tolerar los diferentes puntos de vista, que nunca hay que ofender, se prefiere intentar encontrar diversión irresponsable con cualquier tipo de recurso simplón y corriente.
No es cuestión de mantener una actitud solemne y aburrida en un estadio de futbol, todo lo contrario. En estos lugares hay que divertirse, relajarse, y reírse, pero nunca mediante la burla y la ofensa. Se disfruta mucho más apoyando con entusiasmo a tu equipo que atacando al rival.
Una persona íntegra lo es en todo lugar, en cualquier momento. No únicamente bajo ciertas condiciones.
El futbol nos da la oportunidad de manifestar valores universales; que los niños lo aprovechen, y no sea ahí un lugar para contribuir a maleducarse.
No, un niño ofendiendo en un estadio de futbol no es gracioso, todo lo contrario.
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POR PONCHO VERA
ALFONSO_VERA@HOTMAIL.COM
@PONCHOVPOF
eadp
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