Prácticamente todos —pequeños y mayores, hombres y mujeres, individuos o agrupaciones— pronunciamos esta frase con gran énfasis al inicio de cada año, seguida de lo que ¡ahora sí! lograremos.
La decimos seguida de propósitos para hacer o dejar de hacer. Me pongo a dieta, ahorro, termino la maestría. O: termino con la corrupción, elimino la inseguridad.
Los propósitos de inicio de año son loables; en las primeras semanas se antojan viables. Con el paso de los días, al aparecer obstáculos, vamos aflojando el paso, dejando para después el esfuerzo. Y así llega el fin de año, y esperamos a que comience el próximo para repetir: ¡ahora sí!
El año que inicia está repleto de propósitos; notas y columnas periodísticas, redes sociales, reuniones familiares dan cuenta de ello.
En lo individual, hay quienes escriben sus objetivos y los revisan periódicamente. En lo social, los comentarios sobre los avances o retrocesos ocupan parte de la vida cotidiana. En lo político, las encuestas, las gráficas, las noticias, dicen lo que se alcanza, lo que se debe, lo que se consigue.
Hay un elemento importante al hacer propósitos de Año Nuevo: la consecuencia de cumplirlos o no.
Si una persona decide que terminará su maestría, y no lo logra, las consecuencias se verán reflejadas en falta de oportunidad laboral, o en una frustración personal, que tal vez alcanzará a los más cercanos.
Si alguien busca ahorrar, y lo logra, podrá emprender un negocio, o hacer un viaje, y las consecuencias lo beneficiarán en lo personal y a su entorno familiar o de amistad.
En el campo de la política, las consecuencias de lograr lo que se propone tienen dimensiones distintas. Bajar la criminalidad no sólo repercutirá en el incremento de la popularidad de los gobernantes, sino en el bien de la sociedad en su conjunto.
Mejorar las condiciones económicas permitirá no solamente tranquilizar a los mercados, sino proveer de mejores condiciones de vida a una gran cantidad de personas. Aumentar la cobertura en atención a la salud será bueno, no únicamente para las encuestas de calidad en el servicio, sino para miles de hogares que se verán beneficiados.
De ahí la importancia de que, al hacer propósitos para el 2020, toda persona, toda agrupación, todo grupo gobernante, reflexionemos seriamente en lo que pasará o dejará de pasar si cumplimos con lo que nos proponemos.
Dice el Presidente que “nada me quita el sueño” porque está todo el tiempo atendiendo a lo que afecta al país, y que por eso está tranquilo con su conciencia. Yo deseo que él —y todos— tengamos un sueño tranquilo. Pero también, y sobre todo, que la urgencia de abatir la corrupción, disminuir la delincuencia, elevar los servicios de salud sean propósitos cuyo cumplimiento ocupe parte fundamental de su agenda de este año.
Y para todos los mexicanos, deseo que el ¡ahora sí! de 2020 se haga realidad.
POR CECILIA ROMERO
COLABORADORA
@CECILIAROMEROC
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