No fue 2019, el primer año de su gobierno, ni será 2021, cuando se enfrente al termómetro de las urnas. Para López Obrador 2020 es el año clave de la primera mitad de su sexenio. Se juega demasiado. La viabilidad de su administración, la promesa de transformación, la demostración de resultados prometidos y los cimientos para un cambio que ya no tenga retorno, pasan por el año que comienza.
Se enfrenta a los retos heredados de 2019 , particularmente la violencia e inseguridad. El Presidente ha dicho que requiere dos años para reducir el crimen. Su estrategia está echada a andar. 2020 deberá ser el año de los resultados. Los números dejaron al año pasado como el más sangriento del que se tenga registro.
Deberá demostrar que sus proyectos estratégicos –Santa Lucía, Dos Bocas y Tren Maya- son viables, más allá del discurso y que no sólo estarán en los tiempos prometidos, sino que representarán aciertos de su gobierno, no pesadas lozas –económicas y de ingeniería– difíciles de justificar e imposibles de cargar. 2019 fue de estancamiento económico. El año que inicia se acompaña de un contexto mundial complejo, pero López Obrador ha dicho que creceremos económicamente. Su discurso y narrativa alcanzó para que el año pasado sus “otros datos” bastaran y, pese al nulo crecimiento, no lo resintiera su popularidad. Este año necesitará más que saliva.
Enfrentará un contexto global convulso con la elección presidencial en EU a la vuelta de la esquina, y los tambores de guerra en Medio Oriente sonando. Será cada vez más complicado rehuir a fijar posiciones claras en política exterior.
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2019 fue un año en que López Obrador pisó a fondo. Consolidó su estrategia de comunicación –que de paso avasalló a sus opositores-, y avanzó un buen tramo en los ejes de austeridad y programas sociales. Esos cimientos derivaron en nuevos símbolos y nuevas formas, pero el cambio por el que votaron 30 millones de mexicanos –sobre todo en seguridad y economía–, aún no llega.
Seis de cada 10 esperaban resultados dentro del primer año del gobierno (Mitofsky), y, si bien el Presidente cerró 2019 con una popularidad por encima de 60 por ciento, y parece haber ganado tiempo, no podrá ir más allá de 2020 para mostrar, no sólo en la forma, sino en el fondo, una realidad distinta a la que encontró. El momento de lanzar culpas al pasado comienza a llegar a su fin.
Si 2019 fue el año del éxito discursivo, 2020 tendrá que ser el de la realidad acompañando al discurso. El tiempo de vender resultados y no promesas, llegó. De esos resultados dependerá el 2021 electoral, al que se ancla la revocación de mandato.
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OFF THE RECORD: Con 2020 también llegarán ajustes en el gabinete presidencial. 2019 trajo renuncias en el equipo, 2020 traerá despidos. Vendrían en el primer trimestre.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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