Uno no siempre se siente valorado por su labor. Es algo que nos pasa muy seguido a los árboles. Me llamo Araucaria, tengo 30 años y vivo en México. Siempre he vivido en el mismo lugar y me he hecho fuerte con el paso de los años porque he enfrentado muchos retos. El más difícil fue cuando un día sentí mis raíces vibrar y pensé que me iba a derrumbar. Miré hacia abajo y, con un ruido espantoso, vi decenas de humanos talando, llevándose a mis amigos más cercanos. Me enfureció, me asusté, pero no podía hacer nada. Un trabajador encendió una sierra eléctrica y se acercó a mí .
—¿Por qué me haces esto?—le grité— No merezco que me trates así.
—¿Me hablas a mí? — preguntó, apagando desconcertado la sierra.
—Por supuesto que te hablo a ti, no me parece justo que me hagas esto. Me llamo Ara y diario trabajo para mantener sano al medio ambiente.
—Pero es mi trabajo —respondió— tengo que cumplirlo, si no, no me pagarán.
—¿Quién me paga a mí?—le reproché— aquí estoy dando sombra, oxígeno, amortiguando el ruido, refugiando aves y a otros polinizadores, además de mantener firme el suelo. No pido nada más que un ambiente sano, algo que tú también necesitas.
—Vaya, nunca lo había pensado así — reflexionó un momento, antes de continuar —tal vez pueda salvarte, pero tendrás que vivir en un espacio muy reducido.
—Si así puedo sobrevivir, tendré que tomar tu palabra.
El hombre se fue y nunca lo volví a ver. En los meses siguientes vi cómo construían una casa alrededor de mí y me dejaban en un espacio diminuto, encerrado por una reja. Tiempo después, cuando personas habitaron la casa, me enteré de que el hombre abogó por mí y la constructora accedió para evitar costos. Aun así, me entristeció pensar que sólo me aprecian cuando se trata de dinero.
Comprendí que los humanos eran mi más grande amenaza, que poblaron más la zona, con autos y casas. Me resigné a sobrevivir en un espacio pequeño, por lo que tuve que crecer más para tener luz del sol, recibir polen con el aire y proveer hojas sanas para insectos. Un día escuché varias voces en la base de mi tronco. Me asomé y vi a cuatro jóvenes acercarse. Se fijaron en mí, pero de una forma distinta. Sabían mi nombre y buscaban conocerme, comprenderme.
Dejé caer algunas hojas para que pudieran verme más de cerca. Las tomaron, las estudiaron, jugaron con ellas y, por primera vez en mucho tiempo, se fijaron en mí. Es esta generación la que resignificará mi valor, no son mi amenaza más grande, sino mis nuevos mejores amigos…y son humanos.
Con este cuento buscamos generar empatía hacia Ara cuya especie fue decretada en peligro de extinción en Chile (2018) y celebrar Tu Bishvat, Año Nuevo de los árboles, reconociendo su labor, este 9 de febrero. [nota_relacionada id=836791]
Por Alejandro Hernández* y Mariana González**
*Estudiante de Relaciones Internacionales
**Profesora de Medio Ambiente
eadp