Escuché en Davos lo que probablemente sea una de las reflexiones más profundas de años. La expresó un empresario absolutamente admirable, en una cena privada.
Esa noche, hace menos de una semana, nos encontrábamos en uno de los restaurantes más destacados del lugar.
Un jefe de Estado con su comitiva cenaba en alguna mesa contigua; numerosos guardaespaldas invadieron el lugar; varios CEOs globales nos rodeaban.
Hablábamos del advenimiento masivo del discurso socialista que ha ganado terreno en el mundo.
Yo argumentaba que mucha gente piensa que cualquier cosa debe ser un derecho: hasta la conectividad a Internet, que los progresistas han caracterizado como un deber del Estado.
El agua es un derecho; la salud es un derecho; la educación universitaria es un derecho.
En Italia, por ejemplo, ya se discute el derecho de los trabajadores a que ganar salario desde el instante en que se visten para ir a trabajar. De otra manera, laborarán en calzones. Él me dijo que estábamos a nada de que el advenimiento de un nuevo socialismo se hiciera realidad, y que lo más preocupante era el riesgo de que la propiedad privada se convirtiera en comunal: de todos, o del Estado, por el derecho que todos tienen (según los socialistas), de gozar de todo sin esfuerzo.
Y luego vino su fenomenal reflexión, sobre todo cuando dialogábamos sobre los empresarios mexicanos y su forma de ser, alejados de la realidad, auto percibidos como de otra casta, de esos que son detestados por los socialistas dado su comportamiento y por la forma en la que se enriquecieron.
Mi interlocutor señaló de ese grupo de empresarios y de sus riesgos frente al nuevo socialismo: “Al odiar (los progresistas) la forma en la que piensan, la actividad que realizan, y todo su estilo de vida, más les valdría (a los empresarios) pensar cómo les podrían hacer indeseable y costoso acabar con ellos”.
La frase es muy profunda; merece un ensayo, pero se resume en lo siguiente: urge que los empresarios mexicanos que acostumbran estar en un pedestal diseñen y activen estrategias auténticas de vinculación con la sociedad, para evitar que el socialismo que viene les controle, les regule, les expropie, les aniquile… o les mate.
Como la revolución hizo con los hacendados. O sea: prepárense ya.
¿Quiénes son empresarios los mexicanos de pedestal? Ellos lo saben: viven en clubes de golf cerrados; tienen apartamentos que ningún millonario europeo tendría; viajan con las nanas en jets privados; no se mezclan con sus trabajadores ni con sus ejecutivos; habitan mentalmente una casta; y la meritocracia les parece un folclorismo, porque para ellos lo que cuenta es el linaje. Los progresistas los odian.
Ellos se saben odiados. Y por eso, y por el creciente advenimiento del socialismo que ya millones anhelan, tienen miedo. Mucho miedo.
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POR CARLOS MOTA
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