Son malos tiempos para los adversarios del populismo. Y no del que defendía Barack Obama, que implicaba una estrategia de gobierno orientada a mejorar las oportunidades de los más desfavorecidos. Me refiero al populismo como esa concepción que interpreta a lo público como un espacio absolutista, donde debe reinar la verdad del pueblo, y frente a ella y sus intérpretes solamente existen enemigos peligrosos, no opositores ni adversarios. Este populismo simplificante, demagógico, y las más de las veces personalista, es el que ha ganado terreno en muchos países en el mundo, y es ante el que un gran cúmulo de oposiciones se han mostrado ineptas o insuficientes.
Un estudio reciente de Eric Protzer, de la Escuela de Gobierno de Harvard, indaga sobre las razones del encumbramiento de los movimientos populistas en Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea. Sus resultados son esclarecedores: es la falta de movilidad social, no la desigualdad ni el impacto de las redes sociales o la migración, la que explica el incremento del voto populista en estos contextos.
Y este hallazgo ilustra sobre el dilema de doble orden que enfrentan las oposiciones pluralistas. Por un lado, es indispensable que entiendan bien el porqué del crecimiento del populismo en sus países. Si todo lo atribuyen a fenómenos exógenos como la migración o el impacto laboral del cambio tecnológico; coyunturales, como la corrupción específica de algún gobierno reciente; o incluso peor, presuntamente estructurales como la fácil manipulación de una masa asustadiza por medio de las redes sociales, estas oposiciones están perdidas. Protzer y su coautor Paul Summerville insisten en que el asunto es resultado de la visibilidad de un sistema económico que ha sido incapaz de ofrecer movilidad social, que fue uno de las grandes logros de la posguerra y promesa de la tercera ola de democratización. Y que esta inmovilidad social aparece, de forma cada vez más evidente a los ojos de los votantes, como un resultado injusto del sistema político y las instituciones dominantes.
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Es por ello que la oferta demagógica y simplificante encuentra tierra fértil.
Porque los populistas realmente recogen una demanda real, que simplemente no ha encontrado respuesta, y que se hace más difícil de atender con modelos gubernamentales del siglo pasado, incluídos los de los gobiernos populistas, de hecho.
El segundo dilema, quizá el de más profunda dificultad, es relevante no solamente para quienes aspiran al poder político, sino incluso para la intelectualidad liberal y democrática que se ve también amenazada por el populismo. Y es que, aún suponiendo un diagnóstico certero de las causas de su surgimiento, y partiendo del respeto a las razones del votante, alcance la creatividad para reimaginar el futuro.
Nada será más fértil, para derrotar al populismo, que una reingeniería de la esperanza de quienes estamos convencidos que entre todos, y con base en nuestras diferencias, es como construiremos un mejor porvenir.
POR ALEJANDRO POIRÉ
*DECANO ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES Y GOBIERNO TECNOLÓGICO DE MONTERREY
@ALEJANDROPOIRE
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