Memoria y olvido

Así como entrenar a la mente a recordar ciertos hechos produce que éstos se fortalezcan, el mismo acto obliga a otros olvidos

¿Cómo es que se puede perder el pasado? No se trata de una metáfora, sino de la pérdida de lo anterior. La disociación, la inhibición y la represión son factores que neurocientíficos han estudiado para responder el cuestionamiento. Mentía para mentir, dice de su pasado el personaje de Shroud, la novela de John Banville.

Aquí no se trata tanto de las mentiras con las que vivimos, de lo que se trata es de las formas en las que se olvida, según la moderna neuropsicología mediante la disociación, la inhibición y la represión. En principio, la disociación fue vista como la incapacidad del cerebro de afrontar pruebas —traumas— olvidando etapas completas o episodios problemáticos. La hipótesis más actual la ve como una consecuencia de la cognición misma (Ernest Hilgard).

La represión, en cambio —como afirmaba Freud—, no borra la memoria, hace difícil llegar a ella. Si bien la represión y la disociación no pueden probarse clínicamente, sí puede hacerse un mapeo de la inhibición neuronal, que nace del mismo mecanismo.

Así como entrenar a la mente a recordar ciertos hechos produce que éstos se fortalezcan, el mismo acto obliga a otros olvidos. Sin embargo, el neuropsicólogo Daniel Schachter en un provocador libro, The seven sins of memory, propone siete pecados que producen los olvidos: la transience (fugacidad), la ausencia, el bloqueo, la atribución falsa, la sugestión, la persistencia y la que llama bias (sesgo).

Me hace pensar en Kawabata y su cuento Yumiura, en el que un viejo novelista es visitado por una mujer desconocida que asegura haberlo conocido 30 años antes en el pueblo que da título al relato. El novelista parece haberlo olvidado, pero su extraña visitante le asegura, además, que le propuso matrimonio. Afirma, también, que fueron muy felices.

Cuando se queda solo, busca en el mapa el lugar y se da cuenta que es imposible que en ese tiempo él haya estado allí. La mujer, según Schachter no miente, está segura y cree en la verdad de su memoria. En el tema del Alzheimer hay una veta de enorme valía literaria que radica en la construcción personal.

El engram —como se llama al fragmento guardado neurológicamente de un hecho— no es lo mismo que la memoria —la experiencia subjetiva de recordar un hecho anterior—. El fragmento guardado permite la experiencia consciente del recuerdo, pero no lo es todo. Un componente esencial es el gatillo del recuerdo. No recordamos hechos, recordamos relatos de éstos, recordamos la última vez que revisitamos el recuerdo. Estudiosos del Alzheimer nos dan, al menos, un consuelo: cuando el paciente al fin olvida el sufrimiento deja de existir.

Acabo de volver a ver Iris, la película sobre la novelista inglesa Iris Murdoch y su Alzheimer. Tremendamente triste. ¿Qué significa para quien ha hecho de la palabra su arma, que las palabras dejen de existir? Pienso en Sergio Pitol y la afasia que lo aquejó los últimos años, en el esfuerzo inusitado para “encontrar” una palabra perdida entre la memoria y la punta de la lengua. Habla, Memoria, pedía Nabokov. Que los hados nos concedan conservarla.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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