Normalmente es un juicio político. Una batalla que teóricamente podría decidir la suerte de Donald Trump, el actual presidente de los Estados Unidos.
Es una de esas situaciones en las que los hechos parecen tener poco que ver con lo que quieren ver y escuchar los partidarios de cada lado, porque a fin de cuentas es una lucha político-electoral entre dos bandos.
De un lado, Trump se presenta como víctima de una conspiración de sus enemigos, de una prensa elitista y mentirosa al lado de sectores antipatriotas. Sus abogados simplemente afirman que no hizo nada que pudiera justificar un juicio, nada que estuviera fuera de sus atribuciones.
Del otro, los acusadores demócratas afirman que en sus tratos con otros países, y demostrablemente Ucrania, Trump usó y abusó el poder de su oficina en beneficio propio y puso en riesgo la seguridad nacional, mintió y obstaculizó las tareas del Congreso.
En realidad podría definirse como un enorme forcejeo político y de relaciones públicas. Pero es también una lucha con consecuencias para unos Estados Unidos profundamente divididos. Trump cuenta con la casi absoluta lealtad de los 53 senadores que forman la mayoría republicana en la cámara alta del Congreso estadounidense y el resultado del juicio parece definido de antemano. Para sus críticos, que por una pequeña mayoría favorecen la remoción de Trump, eso no lo hace un juicio justo.
Los acusadores de Trump están casi tan empeñados o más en lo que por lo pronto parece una lucha quijotesca.
Para los dos lados el premio real está en las elecciones de noviembre y en alguna medida en la historia.
Trump ha buscado por tres años consolidar la lealtad de sus seguidores y no se ha preocupado por conseguir nuevos adeptos. Su estrategia parece buscar el voto en el Colegio Electoral, que en 2016 le proporcionó una cómoda victoria, con 304 de 534 votos posibles aunque perdió el voto popular por casi tres millones de sufragios (65.8 millones para los demócratas, 62.9 para los republicanos).
Trump, con todo y sus quejas, busca presentarse como un hombre fuerte, un líder decisivo. Los demócratas, por su parte, están convencidos de que los hechos hablan y las acciones Trump han sido consistentemente cuestionables desde el punto de vista legal y mucho más en lo ético.
Lo que parecen buscar los demócratas es exhibir a Trump y sus medidas, con pocas esperanzas de convencer a los senadores republicanos en el juicio, pero con el ánimo de socavar el apoyo de sus adversarios, Trump incluido, en las elecciones de noviembre.
El drama es que cualquiera que sea el resultado del juicio, aunque está literalmente preordenado por la política, no satisfará a las partes representadas: 49.5% de los estadounidenses favorece la remoción de Trump, 45% está en contra; y alrededor de 40% o más de los estadounidenses se sentirá decepcionado por el veredicto, cualesquiera que sea. Las apuestas para la elección del 2020 siguen en aumento....
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@CARRENOJOSE1
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