El Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec, por medio del cual se persigue la articulación de un corredor transístmico multimodal como paso interoceánico entre el Pacífico y el Atlántico vía el golfo de México, uniéndolos en la parte más estrecha de nuestro territorio (de Salina Cruz, Oaxaca a Coatzacoalcos, Veracruz), es no sólo un proyecto estratégico para la 4T, sino la apuesta más determinante para rescatar al sur-sureste de las condiciones históricas de marginación y subdesarrollo.
Ésta es una oportunidad única para hacer realidad el viejo sueño acariciado desde el porfiriato —que se intentó retomar sin éxito en los sexenios de Echeverría y Zedillo—, para convertir a esta zona en un gran hub logístico que capitalice la privilegiada ubicación geoestratégica de nuestro país, destinado a fungir como puente entre Asia, Europa y Estados Unidos.
Me parece que no se han terminado de dimensionar los alcances y la enorme trascendencia de este conjunto de obras. Cuando se habla del corredor transístmico, se suele referir la inversión total que podría implicar de 256 mil millones de pesos (pública y privada), una derrama de 70 mil empleos y las drásticas reducciones que se generarían en tiempos y costos de traslado de mercancías. Todo ello es cierto, pero va mucho más allá.
No estamos hablando solamente de ampliar los puertos, modernizar el tren transístmico, construir parques industriales y optimizar las refinerías de la región.
También significa robustecer el sistema de transporte de gas natural, establecer terminales especializadas de contenedores, implantar nueva infraestructura de almacenamiento y distribución; y además, convertir al Istmo en una zona franca con condiciones fiscales atractivas que contribuyan al dinamismo económico, atracción de inversiones y encadenamientos productivos.
De todos los proyectos federales emblemáticos, éste es, sin duda, el que con mayor certeza puede transformar por completo a ese México olvidado, diversificando la actividad económica regional, detonando procesos audaces de industrialización, e incluso sentando las bases para un mejor aprovechamiento del destacado potencial eólico, geotérmico e hidroeléctrico que se tiene.
El hecho de que ya hayan arrancado las licitaciones, reparaciones y rehabilitaciones; que estén asegurados recursos financieros para las primeras etapas; que se haya oficializado y esté operando la nueva instancia gubernamental que servirá como eje de coordinación; y que se cuente con el acompañamiento de aliados como el gobierno de Singapur para la gestión del plan maestro, permite aspirar a la realización exitosa de este programa.
Si queremos abatir las desigualdades regionales y edificar un nuevo tipo de desarrollo incluyente y sustentable, habrá que asegurar una implementación cuidadosa y con solidez técnica, en aras de enlazar al Istmo con la globalidad y hacer partícipes a sus poblaciones de las tendencias predominantes del siglo XXI.
POR JESÚS ÁNGEL DUARTE
COLABORADOR
@DUARTE_TELLEZ
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