La narrativa está en los contrastes

Si el régimen anterior hizo de la figura presidencial algo inalcanzable, su estilo ha contribuido a desacralizarla

El estilo de López Obrador ha terminado por marcar diferencias sustantivas frente a los usos y costumbres del régimen que emanó de la transición.

Si a ellos les encantaba recurrir a expertos para elaborar diagnósticos que sustentaran el curso de sus políticas, él se remite a su comprensión de lo que cree que siente “la gente”; de su propia voluntad y determinación.

Si aquel régimen se demoraba en largas ponderaciones a través de sofisticados planes y programas, él prefiere lanzarse al ruedo cuanto antes y en el camino enmendar.

Si muchas de las medidas adoptadas se legitimaban a través de las organizaciones de la sociedad civil–casi siempre las mismas—, él las pone en práctica a partir de su experiencia directa en el territorio.

Si los gobiernos de la transición sabían siempre encontrar una justificación en la burocracia, el funcionamiento de las instituciones y a las engorrosas y abigarradas formas legales, él no acepta pretextos, cuestiona al elefante reumático y utiliza su autoridad para empujarlo.

Si la administración pública adornaba todo con nombres pomposos, junto a esa mareadora palabrería de “acuerdos”, “pactos”, “sistemas nacionales”, “mecanismos de coordinación” y un largo etcétera, el prefiere la simplicidad en el lenguaje de lo público, la lógica en la cual el encargo importa más que el cargo y sus emolumentos.

Si las formas presidenciales se ajustaban a un guión y un protocolo en el que cada movimiento estaba rigurosamente calculado, su presidencia prefiere la espontaneidad y las soluciones creativas, con los imponderables que ello implica, con la posibilidad de errar.

Si el régimen anterior hizo de la figura presidencial algo inalcanzable, siempre cuidado y protegido, su estilo ha contribuido a desacralizarla al exponerse todos los días al escrutinio de ese invento tan suyo: las mañaneras.

Si antes era poco común arriesgar y había recelo a confrontar, a él nada de eso le importa si lo justifica su objetivo de transformar.

Si los jefes del Ejecutivo estaban rodeados por cientos, miles de elementos que impedían acercarse a él, este Presidente se desplaza por el territorio con una soltura inusitada, habla con la gente, se sale de la agenda, es capaz de detenerse a mitad de un camino a dialogar con un grupo de inconformes.

Si el gobierno de Calderón compró un avión que representó exceso y derroche, AMLO se niega siquiera a tocar ese objeto que él mismo supo convertir en el símbolo de un régimen faraónico y alejado de la gente.

Si aquel avión fue el emblema de una clase política que veía el patrimonio público como algo propio, él sugiere ahora que lo rifemos entre millones, que nos hagamos corresponsables para deshacernos de eso que nos agravió y es de todos… aunque parezca ridículo.

Pareciera que en los contrastes está la gran narrativa de este gobierno.

Gracias a El Heraldo de México por abrirme este nuevo espacio.

POR HERNÁN GÓMEZ BRUERA
HERNANFGB@GMAIL.COM
@hernangomezbruera


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