Un duro resumen de la década en Oriente Medio

La década que acaba de terminar fue probablemente la más dramática en
muchísimo tiempo en Medio Oriente.

Comenzó con la esperanza de la entonces llamada “primavera árabe”,
detonada por un incidente puntual en Túnez, cuando el verdulero Muhamad Boazizi se prendió fuego y se inmoló, en diciembre del 2010, en protesta por los intentos arbitrarios de las autoridades de quedarse con su modesto puesto.

Fue el comienzo de la caída de varias piezas, como un juego de dominó. Cayó el Presidente tunecino y luego llegó el turno de gobernantes omnipotentes como Husni Mubarak en Egipto, Muammar Gaddhafi en Libia y Ali Abdallah Saleh en Yemen.

Los dos últimos, terminaron asesinados. También en Siria
comenzaron, en marzo del 2011, las manifestaciones de protesta pidiendo más libertad, pero lo que había comenzado como un levantamiento interno se convirtió, por la participación de fuerzas extranjeras, en la tribuna de
confrontación central de la región, entre el eje favorable a Irán y el que apoya al Islam sunita encabezado por Arabia Saudita. Claro está que la democracia no fue el resultado de todo ello sino una guerra terriblemente sangrienta.

Bashar el-Assad, como es sabido, fue la excepción: continúa en el poder.
Lo aquí descripto, fue el primer drama. Por primera vez, los ciudadanos de
varios países árabes salían a las calles a exigir derechos.

El segundo drama fue que tras la ilusión de cambio, del comienzo de una
nueva era, mejor, que traiga libertad y prosperidad, llegó la gran caída, la
desilusión. La “primavera árabe” se había convertido en un “invierno
islamista”. Del fin de los regímenes autoritarios que habían gobernado durante decenas de años, no se pasó a una vida en mayor libertad sino a nuevos gobiernos que lejos están de la vida en democracia. La única excepción es Túnez.

Y los casos más terribles son Siria y Yemen, enfrascados en guerras que
ya han cobrado enorme cantidad de muertos.

El Estado Islámico


La década que terminó, fue testigo de una de las expresiones más salvajes del Islam radical, con la aparición de DAESH, la sigla en árabe del Estado Islámico de Irak y Siria, también conocido por la sigla inglesa ISIS. La organización utilizó tecnologías de comunicación del siglo XXI, para imponer el Islam del siglo VII.

Llegó a ocupar la tercera parte de Irak y la mitad del territorio sirio, alcanzando una superficie equivalente aproximadamente a Gran Bretaña, con una población de 8 millones de personas. En junio del 2014, su jefe Abu Bakr el- Baghdadi se autoproclamó Califa, provocando serias divisiones en el mundo musulmán, ya antes dividido entre chiitas y sunitas.

El terrorismo de Al Qaeda quedó empalidecido por las brutalidades de ISIS, los degollamientos públicos y la esclavización sexual de mujeres y niñas, y el reclutamiento e indoctrinamiento feroz y cruel de niños arrancados de sus familias.

Y cuando el Presidente Trump anunció hace un año que ISIS estaba acabado, se estaba apresurando en demasía. ISIS perdió su base geográfica, pero sigue envenenando mentes y también operando en otros sitios como el Sudeste asiático y África.Lo que cuenta es su inspiración, no ser miembro formal de su filas.

Y hoy, el elemento más desestabilizador en la región es la República Islámica de Irán que apoya a organizaciones terroristas a través de sus Guardias Revolucionarias, intentando crear una continuidad territorial desde Yemen, pasando por Irak, Siria y Líbano, con bases locales para exportar su revolución islámica y abrir frentes de posible ataque contra Israel.

El esfuerzo por contrarrestar las ambiciones de Irán, lo protagoniza
prácticamente solo Israel, por lo cual el Comandante en Jefe de su ejército se lamentó públicamente días atrás. Israel, atacando blancos iraníes en Siria e Irak que suponen una amenaza a su propio territorio, ha demorado pero no puesto fin a los designios de Irán. Esa es la “guerra entre las guerras”, sobre la que aún tendremos que escribir.

Jana Beris-Jerusalén