Éste será un año que seguramente marcará el devenir de México. Los retos que enfrenta en el corto plazo son tan complejos, que estamos jugándonos un bolado sobre el futuro. Será difícil pensar en quedar a mano. O el nuevo régimen acertó y catapulta al país a un nuevo escenario de desarrollo, o el inicio de la década marcará un franco retroceso que podría tener un impacto muy profundo en el ánimo nacional.
En 2020 existen dos asuntos realmente relevantes en la agenda. Por un lado, la reactivación de la economía y la devolución de la confianza para invertir y generar empleos, y, por el otro, la urgente necesidad de tener resultados en materia de seguridad pública y erradicación de la violencia.
La senda de crecimiento económico inició su involución a partir de la cancelación del Aeropuerto de Texcoco; desde entonces, eventos y pronunciamientos van y vienen entre el sector privado y el gobierno. La inversión sigue su descenso y la pérdida de empleos debería obligar a una reflexión profunda.
La desaparición de ProMéxico empieza a resentirse en el mundo, y la falta de promoción turística puede tener efectos graves. Afortunadamente, variables fundamentales, desde el presupuesto hasta la inflación, se mantienen en estabilidad. El reto significa construir confianza en torno al actual programa de gobierno. Acelerar las inversiones públicas y privadas es el único camino para recuperar el camino, en donde indicadores sobre el consumo no son optimistas.
El entorno internacional tampoco será más favorable, iniciando por el proceso electoral en Estados Unidos y sus presiones, sumado al desdén de la administración actual por colocar a México como un actor global protagónico y relevante. Los nubarrones podrían convertirse en tormentas si el camino que se sigue en materia de energía cancela de facto la participación privada.
Por el lado de la seguridad, cada sexenio tiene un discurso y una nueva policía, guardia, mando único, comités, y cuanto se les ocurre, pero la realidad es que la impunidad es la mejor invitación a delinquir. Mientras no castiguemos a delincuentes, cedamos territorios, fallemos en proveer seguridad y el Estado sea quien monopolice el ejercicio de la fuerza, los ciudadanos estaremos en una intemperie. 2019 fue el año más violento en la historia; de nada sirven lamentos ni comparativos. Los perdedores somos los ciudadanos y los responsables son 30 años de ejecución ineficiente de la seguridad.
Estos dos retos son suficientes para determinar el futuro inmediato. Si estas variables no cambian pronto su tendencia, estaremos viviendo un espejismo que podría convertirse en una crisis más grave que la económica, una de confianza y gobernabilidad, toda vez que este gobierno goza de una inusitada aceptación. Fallar en estos temas podría ser el principio de una lenta caída y un mal inicio de década.
En ambos casos, algo de positivismo, generosidad de todos y ejecución por encima de los discursos podría ayudar a construir un panorama alentador, que es por el que la mayoría hacemos votos.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS
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