Aceptación

el clavadista Carlos Girón nunca se amargó por no haber ganado la medalla de oro en Moscú 80

Una tarde calurosa de agosto de 1992, Carlos y yo fuimos a transmitir las competencias de clavados de los Juegos Olímpicos de Barcelona en la Piscina Municipal de Montjuic, desde donde alcanzábamos a ver el Templo de la Sagrada Familia, la obra maestra de Gaudí.

“Hemos presenciado un excelente clavado de tres y media vueltas al frente en posición B”, narraba Carlos de manera fluida, explicativa y serena, sin exaltaciones. Y yo, un simple conductor de la transmisión, me quedaba azorado ante el conocimiento del experto.

Cuatro años antes me había enfermado en Seúl y Carlos me llevó, solidario, a un hospital. A señas les explicó a los doctores coreanos cuáles eran mis síntomas. No me dejó ni un instante, hasta que me sentí mejor.

Carlos Girón es la historia de una serena aceptación. Nunca lo traumatizó el hecho de no haber ganado la medalla de oro en el trampolín de tres metros de los Juegos Olímpicos de Moscú 80. Jamás una queja o una maldición. No despotricó. Nunca se amargó. Vivió sin espejo retrovisor. Una especie de resignación, sin fantasmas del pasado. Y eso le permitió seguir su vida con perfecta salud mental.

Debido a un grito que aparentemente desconcentró al ruso Alexander Portnov, los jueces le permitieron repetir su último clavado, que resultó perfecto, arrancándole de las manos a Girón la medalla de oro.

Carlos había nacido en Mexicali, Baja California, el 3 de noviembre de 1954. La parte más importante de su desarrollo sucedió en la Unidad Morelos del Instituto Mexicano del Seguro Social, en uno de cuyos hospitales, paradójicamente, vería extinguirse la llama de la vida.

Lo recuerdo en los Juegos Panamericanos de 1975, donde dio grandes satisfacciones y empezó a ser entrevistado con más frecuencia por los medios de comunicación. No es exagerado decir que en 1981 se convirtió en el mejor clavadista del planeta, tras ganar la medalla de oro en el Campeonato del Mundo celebrado en la Ciudad de México, por encima de quien se convertiría en el máximo referente de los clavados, el estadounidense Greg Louganis.

Tal como lo establece Tlatoani Carrera, Girón fue el engrane que unió a la vieja guardia con la nueva hornada de clavadistas mexicanos destacados. En medio de los nombres de Joaquín Capilla y Álvaro Gaxiola, y los de Jesús Mena, Fernando Platas y Rommel Pacheco, ahí aparece el suyo, envuelto por la gloria olímpica.

Cómo él, Gaxiola también ganó medalla de plata en México 68, sólo que en la plataforma de 10 metros.

Dentista, comentarista, político, Carlos era buen amigo, agradable, sencillo, accesible y platicador, de sangre liviana. Lamento profundamente su fallecimiento. Caray, 65 años. Complicaciones de un aneurisma, según informó su hijo Carlo la noche del lunes en la agencia funeraria. Qué pena tan grande. Nadie tenemos la vida comprada.

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POR HERIBERTO MURRIETA

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