La masacre de El Paso Texas, en la que un asesino de 21 años anglosajón disparó y mato a más de 20 personas —incluyendo ocho mexicanos- dentro de un supermercado es un evento sumamente doloroso para las comunidades mexicana y mexicoamericana en Estados Unidos. Como si fuera un anexo a la obra maestra de Samuel Huntington, El Choque de Civilizaciones, el asesino describió que sus motivos eran una reacción al crecimiento de la población hispana y los efectos que ello tendrá en la composición política de EU que, según el mismo, llevarían a una victoria del partido demócrata —lo que en su psicosis simboliza el fin de EU.
La masacre es síntoma y evidencia del profundo odio que germina en parte de un sector de la población americana que, marginado de acceso a educación, salud y oportunidades laborales, y que se hunde aún más en su propia miseria. Hace varios años escuche a alguien decirle a un estadounidense: “Si el problema es perder tu trabajo por alguien que por lo general acaba de llegar al país, no conoce las leyes, no está calificado y, no habla inglés… el problema no es el migrante, el problema eres tú.”
Sí, la población hispana en Texas y California —los dos estados más poblados de EU— ha llegado a 40 por ciento, lo que les convierte en mayoría. En los siguientes dos estados más poblados, Florida y Nueva York, las proporciones de hispanos 25 por ciento y 20% por ciento, respectivamente, son también altas, aunque aún no mayoría. Otros estados con población significativa (población total entre cinco a siete millones) como Arizona, Nueva Jersey y Colorado también cuentan con más del 20% de población hispana, mientras que en Illinois se acerca al 18 por ciento. Más pequeños en tamaño (dos a tres millones de habitantes), Nuevo México y Nevada cuentan también con proporciones altas (50 por ciento y 28 por ciento) de hispanos.
Sin embargo, el contar con la mayoría en cuestión de población no necesariamente equivale a una mayoría en las decisiones políticas de los estados y mucho menos del país. El tener residencia no equivale a ciudadanía (derecho a votar), por lo que el total de votantes es menor y aunado a eso, la proporción de ciudadanos registrados que salen a votar también es menor para los hispanos en comparación con otros grupos raciales: de hecho, de acuerdo con estudios del Pew Research Center (PRC), la proporción de hispanos que votan es de 40 por ciento de los registrados para votar, proporción por debajo de 51 por ciento en la comunidad afroamericana y de 57 por ciento de los anglosajones.
Según el PRC, los hispanos que votan, 69 por ciento lo hace por el partido demócrata y esto varia por estado desde luego.
El determinar cuántos hispanos hay en cada estado es relevante pues el sistema electoral de Estados Unidos no es directo, es decir, no gana el candidato que tiene más votos ciudadanos… gana el candidato que tenga más votos electorales. Este es un sistema de 538 votos electorales distribuidos en cada uno de los 50 estados de acuerdo con su población. De esta manera, California tiene 55 y Texas 38; Arizona 11 y Nuevo México cinco.
Los votos electorales no son divisibles: si un candidato gana California, por ejemplo, se suma los 55 votos electorales y el que llega a 270 votos gana. Por ello, una mayoría hispana en los estados representa -en teoría- una oportunidad más grande para el partido demócrata. Esto representa parte del razonamiento político del psicópata que decidió abrir fuego -utilizando un rifle de asalto- en contra de familias que se encontraban de compras en un supermercado.
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La respuesta por parte del presidente de EU fue efectivamente de condena, denunciando el racismo, odio y la “supremacía blanca”; sin embargo, es difícil deslindar esta condena de la retórica xenofóbica y particularmente antimexicana con la que fue electo… que parece comienza a tener efectos en los sectores más radicales de su base electoral y que probablemente se intensificaran conforme se avecinan las elecciones de 2020. El uso irresponsable de la palabra desde el poder tiene consecuencias y son graves: cuando siembras odio, cosechas sangre.
La condena más enérgica a este ataque influenciado por odio hasta el momento ha sido por parte del Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, al grado que la cancillería de México considera este ataque un acto de terrorismo en contra de mexicanos. Para un servicio diplomático profesional y tradicionalmente moderado, el uso de esa terminología —por primera vez en temas relacionados a los mexicanos en el exterior— no es poca cosa y también requerirá de acciones para darle seguimiento.
POR ÍÑIGO GUEVARA MOYANO
*Consultor de la compañía Jane’s en Washington, DC.
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