n los primeros meses en que Hillary Clinton hacía de secretaria de Estado de Barack Obama, hizo una alarmante declaración de la que pocos tomaron nota durante una visita a México: "Aquí también tienen un alto y creciente consumo de drogas", advirtió en su discurso, para matizar los reproches sobre la demanda de su país que genera violencia en México.
De eso hace ya 10 años, y las adicciones no sólo subieron en las ciudades, sino en los rincones más vulnerables del campo mexicano, como en los pueblos indígenas, con un ingrediente exótico: los repatriados.
Son expulsados de EU con celeridad luego de cumplir sentencias de prisión por problemas con la autoridad, como pandilleros o dealers, principalmente; aunque hay otro perfil: los jóvenes que eran consumidores ocasionales pero, al ser repatriados, se volvieron dependientes para escapar de la soledad y la desgracia.
Quienes atienden las adicciones aquí –sea en clínicas del gobierno o en particulares–reconocen que el problema los ha rebasado y los tomó por sorpresa por diversas razones: falta de presupuesto, porque no es fácil saber dónde están los repatriados adictos y porque usan sustancias que requieren tratamientos más complicados.
El Centro Constitución de 1917 Alcoholismo y Drogadicción, un centro de rehabilitación que está en la CDMX, desde hace dos años envía a algunos de sus activistas a buscar a adictos entre los deportados que llegan en avión cada semana, advierte que se trata de una crisis por atender.
Ni siquiera sus especialistas han podido determinar la dimensión del problema porque los retornados no reconocen sus adicciones, no quieren hablar de ello y no hay estadísticas oficiales ni reconocimiento del problema más allá de la frontera norte, donde llevan más años lidiando con los deportados por razones obvias.
Más al sur, el cálculo estadístico es imposible. Sólo la clínica de Constitución de 1917 atiende a alrededor de 10 repatriados por adicciones cada mes, enviados por organizaciones sociales o el mismo gobierno de la Ciudad; algunos de ellos, logran recuperarse y otros vuelven a las calles.
Los deportados se dicen sorprendidos por la facilidad para encontrar la droga en México: casi tienen las mismas opciones de narcotiendas que de negocios de abarrotes, posibilidades que no tenían en la Unión Americana. Allá tenían que tomar un coche para conseguirla, o pagar el envío; aquí sólo dan unos pasos y el servicio a domicilio está incluido.
En pocas palabras: la droga es un asunto que se está quedando en casa, con los mexicanos, como los repatriados y sus problemas con sustancias que antes los Centros de Integración Juvenil reportaban como mínimas: las drogas sintéticas también están bajado sus precios para enganchar a muchos y satisfacer las nuevas demandas sin atención.
POR GARDENIA MENDOZA
*PERIODISTA
ORBE@HERALDODEMEXICO.COM.MX
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