Crónicas transatlánticas del exilio español

El primer recuerdo que tengo de mi abuelo es una fotografía algo decolorada, no por el tiempo, sino por la cantidad de anécdotas e historias que, al pasar del tiempo, se han ido desvaneciendo. De su vida, he conocido —como en todas las familias sucede—, sólo aquellas pinceladas anecdóticas, que se heredan de generación, en generación, y en donde es comprensible que la verdad histórica se vea magnificada, callada o aderezada a través del cristal de quien lo cuenta como epopeya, o lo recita como advertencia… Supe desde muy pequeño, de su valor, y una caja con medallas que aún conservo, me siguen dando la certeza de su valentía y lealtad como general… Conocí también por los relatos de familia que si algo hay que temer en esta tierra y no en el cielo, es el demonio de la Guerra, un demonio catastrófico e inevitable, que a mi abuelo, y a mi propio padre, los hizo cruzar el Atlántico, y buscar en otro continente, un lugar donde echar nuevas raíces, y así arribaron a tierras mexicanas, no como refugiados o desterrados infructuosos, sino como exiliados orgullosos de la patria que han dejado, y orgullosos también de poder dar frutos en una nueva tierra. Al paso de los años, mi abuelo, ya era general y el 18 de julio de 1936 durante un día soleado que secretamente anunciaba tormenta, el general Francisco de Llano le informaba al presidente Companys que la guarnición permanecía tranquila... mi abuelo no estaba enterado aún que su Estado Mayor estaba conspirando en contra de la República, que habían jurado defender con su vida. Tan sólo unas cuantas horas después, estallaba frente a sus ojos, algo "que comenzó como un alzamiento militar y terminó como una Guerra Civil, la guerra más cruel y sangrienta de la historia de España”. Mi abuelo era hombre de lealtad a toda prueba y pese a poner en juego su propia vida y carrera como militar, decidió ser fiel a su juramento. Rechazó ser parte de una conjura en contra de la República. Y con esta valerosa acción escribió su destino y el de su familia. Por aquellos días en donde los soldados de ambos bandos sembraron con su sangre fraternal los campos y brechas de una misma España, mi padre, don Luis, dejó la carrera de abogacía y su afición por los escenarios teatrales para unirse a las fuerzas republicanas. Después de 33 batallas fue herido por la esquirla de una granada franquista. Tenía 20 años y ya era comandante de antiaéreos. Mi padre me contaba que aquello era el infierno y la cuestión es que, si perdía aquella Guerra y sobrevivía, sólo había dos lugares el campo de concentración, o irte de marcha con el maquis, nombre que se le daba a la guerrilla, y decidió irse de guerrillero. Su padre, su madre y su hermano se refugiaron bajo el apoyo del gobierno francés. Él tuvo que huir a Francia y como tenía amigos en París viajó hacia allá y anduvo escondido un tiempo. Cuando se enteró que lo andaban buscando para llevarlo a un campo de concentración decidió escapar en barco hacía para América por el canal de la Mancha. Tardó un mes y 10 días en llegar. Mi padre arribó primero a Mobile, Alabama en Estados Unidos. Fue en 1939. Tenía un solo dólar en la bolsa y se preguntó “¿Qué hago con ese dólar…? y que me limpio los zapatos” con tal suerte que un bolero que era andaluz y lo llevó a un Casino de Mobile donde estaban él y otros españoles, que hicieron una colecta entre ellos y lo mandaron en tren hacia México… A su llegada, y como la ola de españoles que fueron acogidos cálidamente por el pueblo y el gobierno mexicano se dedicó a trabajar, primero como guía turistas, pues había aprendido algo de francés y más tarde en la radio y la publicidad. Así comenzó su carrera en los medios. Juntó de su paga el dinero suficiente para traer a México a su padre, su madre, a mi tío Paco y, poco a poco, se fue acostumbrando a ser un español en México. De mis primeros recuerdos es las reuniones familiares en casa de mi abuela paterna. Con nostalgia tengo grabadas las escenas de aquellas comidas en donde se platicaba gritando, se hablaba de toros, de futbol, se comía paella valenciana y bebíamos vino tempranillo. Mi padre y mi abuelo eran asiduos visitantes de los cafés con sabor español que comenzaron a surgir en el centro de la Ciudad de México como el café Tupinamba. Allí se reunían Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro, Dámaso Alonso, José Gaos, Joaquín Xirau, y León Felipe, entre muchos otros intelectuales que más tarde fundarían la Casa de España en México. Allí también se juntaban a platicar de la vieja patria añorada y la nueva patria que los abrazaba los pilares de la dinastía del espectáculo en México, amigos españoles que llegaron a México en aquellos días. Entre acaloradas pláticas, vino y recuerdos pude ver en una misma mesa a Chucho Valero, Ramón de Florez, Ángel Garasa, Augusto Benedico, Angelines Fernández, Max Aubb, Enrique Rambal, por mencionar algunas grandes figuras del espectáculo que echaron raíces en nuestro país, enriqueciendo los escenarios teatrales, cinematográficos y también la televisión. De aquellos días también recuerdo muy bien la también muy española frase aquella que explica que “de raza le viene al galgo el tener el rabo largo” y por supuesto, que los artistas españoles que llegaron a México tenían casta y “rabo y colmillo largo”. En los escenarios del teatro en México es imprescindible mencionar a don Manolo Fábregas, amigo de mi padre, quien nació en Vigo, España, y Ofelia Guilmain, quien nació en Madrid y quien también fuera en vida amiga de Don Luis, desde sus juventudes cuando ambos pertenecían a la compañía teatral de Federico García Lorca. Estas figuras de origen español y descendencia mexicana han sido y serán recordadas siempre como pilares de los escenarios en México. De 1936 a 1942 llegaron a México miles de hombres, mujeres, niños y ancianos a bordo de las embarcaciones Leerland, Ipanema y Sinaia: entre ellos se contaban poetas, artistas y críticos como José Moreno Villa, Benjamín Jarnés, Juan José Domenchina, Josep Carner y Adolfo Salazar. Científicos, filósofos, sociólogos e historiadores, como José Giral, Jaime Pi Suñer, Manuel Rivas Cherif, María Zambrano, José Medina Echavarría, Pedro Bosch Gimpera; grandes actores y directores como Francisco Reiguera y doña Prudencia Griffel, además de miles de obreros y campesinos, militares, marinos, pilotos, hombres de empresa, políticos y economistas que colaboraron decisivamente en el proceso de desarrollo modernizador de nuestro país. Los exiliados que nuestro país acogió trajeron consigo cultura, conocimiento y un legado de trabajo, valentía y humanismo invaluables: Ellos fueron el tesoro de una España perdida, que México ganó… Por Luis de Llano Macedo LUISDELLANOMACEDO@GMAIL.COM lctl