Martín Caparrós propuso el término insegurismo para referirse a la doctrina política que postula que el problema central de una sociedad está en su criminalidad.
Hace años viajé a Bogotá para hacer una serie para History Channel. La ciudad estaba militarizada, como quizá ocurra con la Guardia Nacional ahora en México. En cada puente peatonal tres o cuatro policías, el aeropuerto y las calles militarizadas -ni se diga el calvario que tuvimos que pasar para poder filmar en la Casa de Nariño, el palacio presidencial-, los hoteles sobreprotegidos, los perros revisando cada coche y taxi que entra y sale. Gobernaba la derecha.
El problema, y tengo que aceptarlo, es que la izquierda latinoamericana no ha sabido qué hacer con el tema de la criminalidad y se limita a la también cómoda explicación de que mientras existan diferencias, existirá el delito. Ninguna sociedad puede esperar al deterioro de todas las formas de convivencia o al paraíso de la igualdad mientras matan a tus hijos a cuchilladas o violan a tu mujer y por eso tiene éxito la política de la mano dura.
Vuelvo a Caparrós quien afirma: “De constante aparición en distintos lugares y momentos, el insegurismo se desarrolla con más facilidad en sociedades donde se deterioró la situación de las clases bajas y medias -Londres en los años 40 del siglo XIX, Berlín en los 30 del XX, Nueva York en los 70, Bogotá en los 80, Buenos Aires en los primeros de este siglo-. Responde al miedo de sectores amplios que se sienten desprotegidos al producirse un aumento de las diferencias económicas que, en ciertos casos, resulta en un aumento de la criminalidad. Es lo que el insegurismo llama ‘inseguridad’.
El insegurismo, enfermedad infantil del capitalismo de mercado, pretende que las respuestas no deben enfrentar al deterioro social, sino a sus consecuencias, por vía de mayor represión. No siempre desemboca en gobiernos más autoritarios, pero puede suceder. Cuando no, produce una intensificación de la represión y el control social dentro de los límites del mismo sistema político”.
Son los sectores más desfavorecidos, los demonizados en un mundo donde el insegurismo es moneda corriente y donde el intercambio político está determinado por quien tiene más dura la mano, quien promete más seguridad, aunque no pueda cumplir.
Un taxista argentino me decía, al respecto, que a él no le importa que roben, con tal de que dejen algo y pongan orden. Lo que el hombre me decía era: no me importa la corrupción, pero quiero vivir tranquilo, olvidando que es ella, la corrupción, mucho más culpable que la pobreza de todos nuestros males.
No perdamos de vista el verdadero debate: qué país queremos, para quiénes queremos ese país. En AL hay muchas instituciones burocráticas pero poco Estado. En Colombia, regresando de Santa Marta donde parte del equipo entrevistó a Carlos Vives, el aeropuerto de noche era un caos. El propio taxista reconoció: “Es que a las once, se va toda la policía”. Cuando oscurece, no hay que hacer teatro, cae el telón.
El insegurismo, hay que insistirlo, es obra de un dramaturgo de quinta y sus soluciones escénicas dan pena, pero son tristemente efectivas: buena parte de la sociedad cree que la inseguridad es el problema y así evita discutir los problemas de fondo.
No hay panaceas, nada sustituye al debate de ideas, a la construcción colectiva de una escenografía más real, aunque al principio no nos guste ni siquiera un poco lo que aparezca en el escenario.
La Guardia Nacional, por lo pronto, militarizada, está en las calles de la Ciudad de México, en la frontera sur, en 150 regiones del país, lugares donde se percibe el insegurismo o se le construye. Ojalá de resultados pronto, pero en el papel contradice las recomendaciones dé la Corte Internacional de Derechos Humanos.
POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU