La lluvia siempre será una bendición caída del cielo, no obstante que muchas veces provoca desastres cuando arremete con desmedida furia. Y no hay ningún deporte, salvo en la Fórmula 1, donde ella se convierte en la invitada más esperada por los aficionados, y también por aquellos pilotos que no tienen coches tan competitivos, pues su presencia abre la puerta a lo inesperado.
Así llegó al circuito de Hockenheim el domingo anterior, como una diva que le robó el protagonismo a Mercedes, y arruinó la celebración que había preparado para el Gran Premio número 200 de su historia, y también la de sus 125 años de existencia. Pero ella tenía otros planes, y su arribo favoreció una carrera inolvidable que trajo una febril emoción cuando los pilotos y los equipos tuvieron que enfrentarla.
Así fue como la lluvia acabó riéndose de Hamilton y Bottas, y silenció el aburrido monólogo de Mercedes. Ninguno de los dos fue capaz de sortear la dificultad de su reto. En cambio, Max Verstappen sí pudo evadir su sarcasmo en un grácil trompo de 360 grados del que salió indemne. Y también Sebastian Vettel, que llegó segundo, tras una espectacular remontada. Parece que la lluvia vino a purificar su alma atribulada y la liberó de sus fantasmas.
Pero también ayudó a Daniil Kvyat, de Toro Rosso, porque el ruso fue otro de los intérpretes de esa sinfonía de incertidumbre que permitió a Racing Point meter a Lance Stroll en un inverosímil cuarto lugar.
Este resultado seguramente amargó la jornada de Checo Pérez, que cometió un grave error –mismo que reconoció públicamente– al comenzar la carrera. El mexicano se quedó al margen de cosechar algo grande. Y aunque “el hubiera” no existe, ¿qué hubiera pasado si se mantiene concentrado hasta el final?
El caso es que fue la primera víctima de las siete que se cobró la lluvia en Alemania, cuando puso a prueba la destreza de los pilotos, así como la eficacia de las estrategias de los equipos.
Y para que Stroll llegara en cuarto lugar fue clave que lo llamaran a boxes a calzar neumáticos blandos en el momento preciso, una brillante decisión que le permitió, inclusive, marcar una vuelta rápida antes de cruzar la meta con alegría.
Pero todo se debió, en gran medida, a la lluvia. “¡Bendita lluvia, exclamaría Lance!” Porque el canadiense no tenía siquiera expectativas de entrar en los puntos… ¡y ganó nada menos que 12!
Así es ella, esa invitada tan elusiva que casi nunca acude a las citas; esa refrescante maravilla que se anhela, y cuya presencia se goza como la de una actriz hermosa –arrogante y altiva– que trastoca lo previsible y lo convierte en magia. Sí, definitivamente, la lluvia es una diva a la que hay que rendir pleitesía.
POR JUAN ANTONIO DE LABRA
@JDELABRA68
lctl
Una diva
El monólogo de Mercedes se interrumpió en Alemania, donde max dio un golpe a las flechas de plata