Cerca de 100 mil asistentes. De entre ellos —al igual que sucedió un día antes con las manifestaciones organizadas en contra de AMLO en varios puntos de la República—, este lunes también hubo miles de ciudadanos provenientes de distintos estados que participaron en el festejo a un año del triunfo electoral de López Obrador. Muchos acudieron a la CDMX por convicción, algunos se vieron forzados o fueron convencidos; la mayoría llegó en camiones de pasajeros, que sigue siendo la forma más económica y accesible de transportarse en México.
Ahora bien, por lo que a los invitados VIP se refiere, obvio, no arribaron al jolgorio en autobús como el resto. Si acaso, caminaron de la Alameda hasta Palacio Nacional, pero eso mismo, estoy segura, lo hicieron escoltados por sus guardaespaldas y en “traje de carácter” (esto es, fue sólo llegando al evento que se pusieron el saco —literal–). Total, esas diferencias entre unos personajes y el común de la población han sido típicas también de los festejos que se celebraban en otros sexenios. El hecho es que importantes hombres de negocios se dieron cita el lunes porque: (1) los invitaron, (2) son empresarios y no hacen nada para quedar mal con el anfitrión-interlocutor y (3) las diferencias ideológicas no cuentan, lo que importa son las oportunidades de negocio. Hasta aquí nada que diferencie este evento de otros anteriores.
Lo que ya no resulta tan común fue la evidente separación física —rejas de por medio— que hicieron en la fiesta de civilidad “de y para el pueblo” entre la gente común y corriente, y los invitados especiales. Tampoco es usual la segunda distinción que hizo el Presidente entre éstos y él mismo —junto con su esposa, Porfirio Muñoz Ledo y Claudia Sheinbaum— al pararse en un templete que les quedaba bastante por encima a los multimillonarios. Este hecho es importante, pues la señal que quiso dar fue que asume el “legado” histórico que le ha hecho el presidente de la Cámara de Diputados, pero que la 4T se la “hereda” a la jefa de Gobierno de la CDMX.
Lo anterior me lleva a hablar de la primera gran ausencia: Marcelo Ebrard, quien sigue tan campante de gira por Asia, viajando en calidad de vicepresidente de México y convencido de que él será el sucesor de la Cuarta Transformación. Estaría bueno que alguien le dijera que, independientemente de que el Presidente le agradece gestionar el reciente mensaje de reconocimiento que le envío Donald Trump, el canciller no tarda en darse un serio frentazo que lo ubicará en la realidad.
La otra personalidad que se echó de menos en la fiesta del 1 de julio fue al representante de los empresarios del país. Ni Carlos Slim ni Emilio Azcárraga ni Olegario Vázquez Aldir hablan por el sector empresarial nacional. Y por lo visto, ya tampoco Carlos Salazar Lomelín. Es así que el regiomontano no pudo acompañar al Presidente en su celebración sin que los miembros del CCE lo tacharan de traidor, sobre todo cuando ese mismo día la Coparmex lanzó su campaña #Dices, contra el Ejecutivo. Indudablemente, el economista y empresario se encuentra entre la espada y la pared, como quizás están varios en esta 4T.
Por Veronica Malo Guzmán
Entre los acarreados VIP, dos ausencias notables
Muchos acudieron a la CDMX por convicción, algunos se vieron forzados; la mayoría llegó en camiones de pasajeros