Morena cumplió hace dos semanas, el martes 9 de julio, sus primeros cinco años como partido político, pero en los hechos ha sido sólo un comité al servicio de la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador.
Es normal: La prioridad de Morena, durante sus cuatro primeros años, fue articular una estructura electoral para lograr, por fin, la conquista del poder político que jamás había conseguido la izquierda desde que se fundó el Partido Comunista, hace exactamente un siglo.
Tras su aplastante victoria hace un año, un caso único en el mundo por ganar en menos de un lustro el Ejecutivo, las mayorías en el Legislativo federal y 19 congresos locales, así como seis gubernaturas y 300 presidencias municipales; el desafío de Morena es constituirse precisamente como un partido político auténtico y no reproducir los vicios de las formaciones de izquierda que le antecedieron y que ya afloran.
¿Qué tipo de partido político debe ser? Es lo que está en curso en el proceso interno que ha iniciado ya, pese a que la elección de su dirigencia nacional se decidirá en el Congreso Nacional del 20 de noviembre, una fecha emblemática de Morena y de López Obrador, su jefe máximo.
Como con todos los partidos políticos, lo que ocurre en Morena concierne no sólo a sus militantes y simpatizantes, sino a todos los mexicanos, porque lo que hacen y dejan de hacer estas formaciones tiene una repercusión en la vida de las personas, más aún si reciben recursos públicos. Por ahora sólo hay dos candidatos serios, Bertha Luján y Mario Delgado, y es probable que haya otros además de Yeidckol Polevnsky y Alejandro Rojas, que no tienen potencial de éxito, pero la discusión sustantiva es el modelo de partido para el nuevo régimen y para sustentar el proyecto de López Obrador y el resto del poder público que ostenta.
Luján se propone impulsar un “partido-movimiento”, tal como lo diseñó López Obrador cuando presidió, entre 1996 y 1999, el PRD, para que no sea sólo un partido electorero, sino que represente las causas de organizaciones sociales, además de ser la “conciencia crítica” de sus gobiernos.
Delgado plantea darle a Morena estructura y organicidad para que tenga presencia territorial como fuerza electoral, sino para darle densidad a su discurso de cambio de régimen, ante la ofensiva de la oposición que demanda consistencia para el debate.
El hecho de que las corrientes internas estén proscritas estatutariamente en Morena, una medida que se tomó desde su origen para no repetir lo que entre otras cosas pudrió al PRD, éstas existen y han comenzado a confrontarse como ocurre en todo partido político, sobre todo si hay poder.
A Morena le puede ocurrir lo que al PAN: los principales dirigentes se fueron a los gobiernos y se quedaron con la estructura partidaria los cuadros menos aptos y además subordinados al poder público. Pero el riesgo mayor es la reproducción de los vicios del PRD y, peor, las pulsaciones autoritarias de los que ambicionan un partido de Estado, una bofetada a los mexicanos.
POR ÁLVARO DELGADO
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