Niños criminales: ¿qué hacer?

Los cárteles mexicanos tienen campamentos diseñados para convertir a los niños y adolescentes en criminales, sin posibilidad de retorno

El reclutamiento de niños y niñas como combatientes es un fenómeno mundial y no es exclusivo de nuestra era. En La Ilíada, de Homero, se hace referencia a niños combatientes durante el asedio a Troya, describiéndolo como un terreno fértil para que los futuros combatientes adquirieran experiencia “directa” .

En años recientes, casos extremos de niños combatientes en África han hecho titulares en la prensa mundial, especialmente por la existencia de ejércitos irregulares compuestos mayoritariamente de niños combatientes drogados, esclavizados y de altísima peligrosidad.

En América Latina este fenómeno se ha comprobado en Colombia con alarmante regularidad, y ahora se asoman reportes de lo mismo en Venezuela. Durante las revoluciones centroamericanas, tanto en Nicaragua como en El Salvador, se reportó una participación importante de niños guerrilleros y de niñas tomadas como esclavas sexuales.

Después de concluida la fase “política” del descontento y violencia en América Latina, alrededor del fin del socialismo soviético y la caída del muro de Berlín en 1989-91, se instaló una nueva industria igual de esclavizante para los niños. El crimen organizado vivió su crecimiento exponencial en la región a partir de la instauración del modelo económico del libre comercio y la globalización.

La reorganización de los ciclos económicos y la conformación de cadenas de producción internacionales, además de sus respectivas economías de escala, fue acompañada por una explosión en la industria de la producción, traslado y venta de estupefacientes a escala global.

La criminalidad se apoderó de la violencia y el tráfico de armas en América Latina y normalizó la puesta en práctica del uso de niños y niñas para sus negocios. Los niños fueron convertidos, usualmente por la fuerza, en halcones, mulas, soldados, sicarios y prostitutas. Los Mara Salvatrucha son, quizá, el ejemplo más conocido de América Latina en este momento, por las pandillas que reclutan a jóvenes para servir de carne de cañón para sus negocios. Pero la violencia en las favelas brasileñas, en las villas bonarenses y los barrios mexicanos no se queda atrás.

Según un reporte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA), se calculaba que en 2015 había unos 30 mil niños y adolescentes sirviendo en las filas del crimen organizado en México. Sin embargo, para finales de 2018, o sea, apenas tres años después, se calcula que esa cifra creció a ¡460 mil niños y adolescentes!, según lo declaró Alfonso Durazo, secretario de Seguridad Pública Federal, sin clarificar su fuente de información.

La Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) reportó que niños de 9 años sirven como “halcones”, informantes y trasportistas de droga. A los 12 años se les encarga la vigilancia de sus casas de seguridad, mientras a los 16 años se les obliga a secuestrar, asesinar y extorsionar. A las niñas se les obliga a empaquetar y transportar drogas y servir como prostitutas u objetos sexuales para los jefes.

Adicionalmente se detalló que niños y niñas de las edades entre 6 y 8 años sirven para la recolección y drenado de la flor de la amapola, que exige un especial cuidado y manejo de manos pequeñas. Uno puede imaginar a niños y niñas en Afganistán haciendo exactamente la misma labor.

Según datos recientes de UNICEF, el organismo de Naciones Unidas encargado de promover políticas públicas para la protección de infantes, en México cada día mueren cuatro niños en situación de violencia.

Los cárteles mexicanos tienen campamentos especialmente diseñados para convertir a los niños y adolescentes en criminales sin posibilidad de retorno a la sociedad. Son espacios creados para dominar psicológicamente a sus nuevos integrantes.

Según testigos sin rostro, las premisas son simples: una vez aceptado dentro de la organización, la única manera de salir es muerto.

Son entrenados en tácticas de combate cuerpo a cuerpo, en el manejo de todo tipo de armamento, el diseño de rutas de entrada y salida de situaciones de combate y asaltos a casas, cuarteles, emboscadas y la disolución de cuerpos. Esto último era particularmente importante: una premisa central del cártel es que si no existe un cuerpo, entonces no hay delito que perseguir.

En la última etapa del entrenamiento eran obligados a comer carne humana, incluso de personas que ellos mismos habían asesinado. Esto servía para hacerles completamente inmunes emocionalmente a cualquier debilidad cuando estaban confrontados con la tarea de asesinar, incluso a un conocido o familiar.

Para el Estado el problema es cómo combinar políticas sociales y psicológicas eficaces para desactivar esas bombas de tiempo humanas, al mismo tiempo que se combata frontalmente la existencia misma de los cárteles.

Será imposible resolver el problema sin aplicar las dos estrategias de manera simultanea.

POR RICARDO PASCOE

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