Todo político tiene la necesidad, la responsabilidad incluso, de inspirar. El liderazgo político exitoso demanda tanto la buena orientación de los recursos humanos y financieros de una sociedad, como de la animación permanente de una aspiración colectiva. Desde esta perspectiva, gobernar significa también convocar, convencer, movilizar.
Ello no depende tan sólo de grandes capacidades oratorias o de una sensibilidad extraordinaria. Cuando un gobernante inspira y genera confianza, ello suele ser resultado tanto de la combinación virtuosa de talento y disciplina, como de un contexto social y político que hace coincidente la oferta que representa su historia, y sus logros en el cargo, con una serie de necesidades colectivas.
Andrés Manuel López Obrador se ubica justo en esas coordenadas. Difiero de quienes lo caricaturizan como un excepcional engañador de multitudes. Pero también de quienes lo sitúan como un liderazgo político sin par en la historia del país.
Su indudable talento y perseverancia le permitieron construir una opción política cuya propia novedad se nutrió de una sociedad ávida de mejores gobiernos, y harta de la corrupción y frivolidad de sus liderazgos más recientes.
Su capacidad comunicacional ha brillado en particular porque su trayectoria personal y su narrativa embonan a la perfección con la insatisfacción del público con los resultados logrados por distintas estirpes de políticos y partidos tradicionales.
Pero como todo liderazgo exitoso, el de López Obrador debe lidiar ahora con las mismas expectativas que lo llevaron al poder, y con la propia narrativa que su oferta política ha encarnado. Y es ahí donde hace falta una reconsideración.
La narrativa de transformación que enarbola todos los días en la conferencia mañanera se agotará pronto si no es acompañada de resultados tangibles en la función gubernamental. La esperanza de una renovación integral de la vida pública en México no puede seguirse basando solamente en la distinción entre las cualidades personales del líder actual frente al del pasado inmediato. Como cabeza y única figura visible del gobierno en turno, la credibilidad de López Obrador pende enteramente de que el aparato estatal rinda frutos que vayan validando sus promesas.
En particular, la capacidad de AMLO de mantener su aprobación dependerá de tres factores que hoy parecen poco probables: un freno tangible a la inseguridad, la reactivación de la economía del país, y que su propio gobierno no sea presa de escándalos de corrupción –ya que de poco servirá el cobro de cuentas del pasado si las historias de abuso se siguen reproduciendo.
De otra forma, la notoria habilidad de conectar con su audiencia, e incluso la historia singular de lucha política que se ha construido Andrés Manuel López Obrador, acabarán perdiendo lustre hasta para sus más fieles seguidores.
Difícil es la labor de quien construye una utopía, e insiste en convocar a ella. Será juzgado también en función de tan altas ambiciones.
Por Alejandro Poiré
*Decano
Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno
Tecnológico de Monterrey
@ALEJANDROPOIRE