Quizá cabría establecerlo de esta manera: el ganadero debe pensar como ganadero, sin dejar de tomar en cuenta al torero, que es finalmente quien va a torear a su toro.
El ganadero no quiere quedarse con sus reses en la dehesa, quiere que se lidien, las quiere vender, busca recuperar la inversión realizada para darles espacio, cuidados y alimentación, y quiere sentir una plena realización y orgullo como criador de toros bravos.
Bravos, subrayo, porque cuando piensa dar gusto al torero sacrificando casta y bravura, está traicionando la esencia del toro de lidia.
Los ganaderos a los que aludo son aquellos que a través de sus empadres han llegado a un toro noble, suave, pastueño, dócil, con poca acometividad; un socio colaborador que termina por no decir nada, por aburrir con su poca exigencia y su poca transmisión.
Aunque el toro no necesariamente debe ser un “enemigo” del torero (como decimos en la terminología taurina), tampoco debemos aceptar esa colaboración “borreguna” que lleva a los aficionados a decir que podrían bajarse al ruedo a pegarle pases al toro que está viendo lidiar. Esa es claramente una exageración, pero el sólo hecho de pensarlo hace dudar sobre la raza, la casta y la bravura de un toro.
El ganadero no debe abandonar sus ideales con tal de que a sus animales los toreen los toreros de moda. Ese pensamiento burdamente comercial es uno de los cánceres de La Fiesta, porque trae consigo la pérdida de la sensación de peligro en las plazas mexicanas. El peligro de alejar el peligro.
Lo ideal es que el ganadero encuentre un equilibrio entre lo que quiere y lo que los toreros anhelan, pero sin dejar nunca de priorizar la característica fundamental del toro de lidia, que es la bravura. Cuando esto sucede, el espectáculo pierde significado y fuerza, trascendencia y fondo, interés y emoción. Sin la bravura, el toreo no se convierte en una pantomima, como dijera Menéndez Pelayo, pero ciertamente ve menguado su contenido. Echar agua al vino siempre será un pecado, un atrevimiento imperdonable.
Ahora bien, hay ganaderos que están casados con un concepto inamovible y no tienen ningún interés en modificar el tipo ni la conducta de sus toros, como los señores Miura, a quienes visité recientemente en tierras sevillanas. Enlotar a un toro descomunal como el que lidió Rafaelillo el domingo en Pamplona parece una locura, un despropósito, pero ya habrá un puñado de toreros y un público para eso.
En fin, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Ganaderos pues, que piensen siempre en su concepto sin perder de vista ni mirar de soslayo al hombre que, vestido de luces, intentará crear arte con su toro; el torero, que buscará limar sus asperezas y aprovechar sus virtudes.
¿Misión imposible? ¡En lo absoluto! Ahí están muchos ganaderos para confirmar que se puede ser un criador exitoso con un toro que sabe para qué trae los pitones. Es posible que la expectativa del aficionado, la del ganadero y la del torero confluyan en la creación artística. En algún punto se cruzan los gustos y las aspiraciones de quienes hacen posible este apasionante espectáculo.
POR HERIBERTO MURRIETA
La idea ganadera
HAY CRIADORES QUE PARECIERA QUE PIENSAN COMO TOREROS, DEBIENDO HACERLO EN FUNCIÓN DE SU FILOSOFÍA