Pobre México, siempre a prueba

En el país conviven la confusión de las políticas y las contradicciones permanentes entre teorías e ideologías

Cada vez que inicia un gobierno, de cualquier orden, las esperanzas se vuelven firmes, volvemos a creer que esta vez sí saldremos del atraso, del olvido, que por fin se darán los cambios. Quizá por una necesidad de creer, por esa terca necesidad de dejar nuestro destino (el individual y el colectivo) en manos de alguien más, de nuestra histórica necesidad de que un ser iluminado y superior corrija de una vez por todas nuestros males. La última elección federal reflejó entre otras cosas, el descrédito de la clase política, debido a los magros resultados en materia económica; el capitalismo, dicen algunos, el neoliberalismo dictan otros. Pero lo que es cierto, es que bajo la expectativa de cambio se votó diferente, se conjuntó el discurso cargado de los temas de pobreza, corrupción, hartazgo y la hábil maniobra para hacer de esto un capital político. Y hubo razón, con los altos índices históricos, lacerantes e insoportables de desigualdad, el saldo no daba para otra cosa; basta ver los inamovibles números, donde 1% de la población concentra 21% de los ingresos y que, ahora, por medio de una política social (conservadora), se pretende cambiar la realidad de millones de personas. Es decir, se aplica una fórmula como la de entregar el dinero directamente a la población objetivo (sin intermediarios, bajo el argumento de la elevada corrupción que esto generaba), a fin de cambiar la realidad. Ecuación que ya ha sido probada y que ha demostrado su fracaso, lo que deja ver entre telones es que existe un interés político y clientelar, con miras a las próximas elecciones, no más. Pobre México, siempre creyendo, siempre soñando, siempre a prueba. México es ese lienzo donde se han plasmado los mejores discursos sexenales a manera de promesa, donde conviven ricos y pobres a metros de distancia, pero que los separan las decisiones de quienes ejercen el poder, los separan la confusión de las políticas, las indefiniciones sobre el rumbo que debe tomar el país, las contradicciones permanentes entre teorías e ideologías, donde la distancia es proporcional a la tozudez de quienes gobiernan, de quienes creen que pasar a la historia se hace con base en la repetición de frases, de eslóganes y dicha distancia se ensancha cada vez que se pretende hacer creer que basta un cambio político para modificar la realidad, que basta con un decreto para arribar a otros estadios. No, tristemente no es así y a fuerza de repetirse no se va a convertir en realidad, por ello, se requiere atreverse, sí, pero a realizar otras propuestas, otros modelos, otros acuerdos, pero no por medio de medidas neoliberales (recortes y más recortes que, aunque se nieguen, no desaparecen), una redefinición de las políticas que permitan evaluar el modelo y dejar medidas de corto plazo y con un alta carga clientelar, pero sin dejar de tocar los fundamentos de la economía de mercado que tanto critican. Todas estas contradicciones nos llevan como país al lugar común, a la permanente prueba de nuestra capacidad de asombro, de adaptación y supervivencia, pobre México. Por Luis David Fernández Araya