Un año después…

El Presidente piensa que los mensajes son más poderosos que los proyectos

Para algunos ha sido un suspiro, para otros una eternidad. Hace un año, AMLO ganó la Presidencia con una contundencia no vista: 53% de votos y 30 millones de sufragios. El mexicano más votado en la historia. Desde entonces, ha priorizado la forma al fondo. Políticamente es un acierto, pero en términos de gobierno eso no alcanza. Hacer un balance sobre éxito o fracaso en términos de la administración pública, es injusto aún. Apresurado. Hay indicadores, claro, sobre inseguridad, empleo y crecimiento económico, pero no dejan de ser señales… por ahora. *** Hace un año, desde el día uno —y quizá desde mucho antes—, López Obrador decidió que importaría más la forma que el fondo. Y sobre eso decidió cimentar la enorme expectativa que lo acompaña. El 1 de diciembre, cuando tomó protesta, enterró los viejos símbolos para que nacieran otros. Fue el día de contrastes, de evidenciar por qué se fue como se fue, quien se fue, y por qué llegó como llegó, quien tomó posesión. El Jetta blanco de López Obrador, con las ventanas abajo, contrastando con el convoy de ocho Suburbans negras de Peña Nieto, blindadas con vidrios polarizados. La proximidad, que llevó a intercambiar palabras con quienes se acercaban en su camino a San Lázaro, y la lejanía que marcó al gobierno que terminó. El protocolo sujeto a la espontaneidad y el calor de la calle, o la rigidez de algo que siempre lució como puesta en escena. AMLO piensa que los mensajes son más poderosos que los proyectos: Los Pinos abierto, las mañaneras todos los días, el retiro de aparatos de seguridad, vender el avión presidencial, volar en aviones comerciales, cancelar el Nuevo Aeropuerto en Texcoco… Desde la transición, lo que escuchamos es un popurrí de lo que oímos en campaña. No hay nada que en mítines o spots no haya dicho antes. Del “me canso ganso” al “ya no me pertenezco”, pasando por el “no robar, no mentir y no traicionar” y “no es mi fuerte la venganza”. Esas frases hechas de López Obrador, forman parte del cambio de paradigma: un gran comunicador gobierna. Y para ese comunicador, la forma importa más que el fondo, porque el fondo es la forma.  *** Pero aunque la forma cambió, el fondo no mejora. Los discursos no transforman realidades. No hay varitas mágicas. Ahí sigue la violencia, creciente incluso. La corrupción no terminó por decreto. Con buenos deseos, tampoco se acabará la pobreza. Y la economía no marcha bien, pese a que se insista en “otros datos” que dicen algo diferente. Las intenciones no bastan. Siete meses parecen tiempo insuficiente para evaluar un gobierno, pero es suficiente para que se termine de trazar una ruta de navegación. ¿La tiene el Presidente? ¿o permanecerá estacionado en el lugar común? Su gobierno es un éxito comunicando, pero no puede presumir lo mismo ejecutando. Cada una de las soluciones a los problemas que arrastramos, requieren tiempo, estrategia, supervisión, controles y evaluación. Y ahí sí importa el fondo. La forma no alcanza. Por Manuel López San Martín