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Cuando lo peor es lo mejor

Supongo que detrás de esa terrible y trágica decisión de Óscar Alberto hay algo que trasciende la humillación

OPINIÓN

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Imposible conocer los pensamientos, las imágenes finales que llevaron a Óscar Alberto Martínez a decidirse por el riesgo de meter a su hija Valeria dentro del lado izquierdo de su playera, para abrazarla y así, seguramente considerando que a lo hecho pecho, echarse a las aguas del río Bravo, sucio y turbio. Quiso alcanzar su sueño. ¿Qué orilla a un padre de familia a considerar que la peor opción es la mejor? ¿Cómo aceptar que el riesgo de morir vale la pena, porque si se fracasa, lo que sigue es la muerte y la ausencia de dolor, y con la suya la de su hija de 11 meses? ¿Qué esconde el corazón de un hombre que se siente acosado y hambriento, incapaz de encontrar soluciones en su país –El Salvador– para vivir con la frente en alto y dar a su esposa y su progenie alimento, confianza, vestido y voluntad necesarios para no perder la esperanza? Supongo que detrás de esa terrible y trágica decisión hay algo que trasciende la humillación; episodios de violencia, violación y escarnio, pero sobre todo esa angustia de saber que no puedes. Sabes que quieres, pero la realidad te indica que no puedes ser el proveedor de tu familia, porque no deseas plegarte a las exigencias de un Estado que debe protegerte o a la ausencia de autoridad, o a la imposición de la ley del más fuerte. Pienso si a fin de cuentas no fue un suicidio. La fotografía nada dice, sólo muestra la desolación, al contrario de la otra, la que corresponde a la imagen de la madre que se arrastra, junto a la bota de un miembro de la Guardia Nacional. Las lágrimas fluyen, el grito de ayuda desgarra, viene ese lamento desde Haití, y aquí se encuentra atrapada en un centro de retención que, dice ella, no la provee de alimento ni medicinas para su hijo enfermo. Me resisto a ver la imagen de Tania, la viuda de Óscar Alberto, la madre que perdió a su pequeña Valeria, de 11 meses. Me niego a condolerme con ella, a compartir su dolor, su tragedia, esa desolación que sólo conocen las madres y los padres que pierden a sus criaturas, que se las arrebatan, se las matan o, peor, que en un acto desesperado, deciden la muerte de familias enteras. Quisiéramos pensar que no es asunto nuestro, que es cosa de los gringos, que podemos eludir la responsabilidad ética y moral. Que los derechos humanos son una farsa que esos mismos gabachos imponen al mundo, pero que ellos nunca respetan, porque los aranceles también son una violación a esos derechos elementales que tanto predican y pregonan, pues quitan el pan y la sal de la boca a muchas familias. ¿De dónde carajos Óscar Alberto Martínez tomó la responsabilidad de decirnos a todos que lo peor resulta ser lo mejor? Se mató, y con él se llevó nuestro ya deteriorado optimismo. Por Gregorio Ortega Molina