Haz tu denuncia aquí

Poner el pie firme

El deber que tenemos los ciudadanos es proponer, incitar el debate, contrastar con elementos objetivos

OPINIÓN

·

Una de las grandes lecciones que debe aprender un guerrero es determinar quién es su enemigo. Con ello sabrá, al menos, cómo combatirlo.

Cuando aquel que emprende una batalla no conoce a ciencia cierta a su oponente, corre el riesgo de ser devastado en el contraataque.

De ahí que se requiere mucho más que sólo el valor, el arrojo y la fuerza.

Pero antes de desarrollar esas habilidades, un guerrero debe plantearse, como principio básico, si es necesaria la lucha. Detenerse y descifrar con detalle en qué radica la diferencia o la causal en pugna, suele llevarnos a desentrañar si existe, en principio, enemigo contra quien luchar.

A menudo queremos emprender batallas cuando no existe, específicamente, contra quien enfrentarnos. Es frecuente que lo que deseamos es cambiar circunstancias, hechos y condiciones que, aún y cuando sean auspiciadas, ocasionadas o enarboladas por algunos, no son éstos los enemigos a vencer.

Bástenos de ejemplo lo que se lee en las redes sociales; un debate sin orden ni objetivo más que el de dividir, denostar, vengar.

Argumentos sólidos, ineluctables y objetivos, a la par de aquellos sin el menor sustento, llenos de encono y vísceras.

Personajes conocidos luchando y siendo atacados por oponentes anónimos. Saña, rencor, odio, tirria, absolutismos; más de uno, concluye tras la diatriba, en una especie de “instrucción popular” de callar al oponente y descalificarlo e insultarlo por completo.

El circo en el que se ha convertido ese ánimo que azuza el conflicto, está dividiéndonos; está alejándonos de construir un mejor país entre todos; está haciendo añicos la posibilidad del diálogo.

Y quizás, lo peor de todo, está poniéndonos caras de demonio y forjando enemigos, enconando batallas y sembrando venganzas.

Es preciso hacer un alto. Más frecuentemente de lo que creemos, somos nosotros mismos el principal obstáculo a vencer; nuestras percepciones de una realidad acotada, nuestras emociones revueltas, nuestros resortes más primigenios nos obnubilan o ciegan en el andar cotidiano y nos impiden ver y valorar con claridad.

Si a ello sumamos el eco colectivo, la desazón, el río revuelto, la información imprecisa, las nuevas circunstancias, etcétera, nos situaremos en un escenario muy probablemente beligerante, cuando lo que más se requiere es la calma y la templanza, antes que el arrebato y el encono.

Si se estudia a los grandes negociadores de la historia en los momentos más álgidos de conflictos que se pensaban irresolubles, encontraremos tres reglas: evitan a toda costa las trampas emocionales, analizan los costos y los beneficios y, finalmente, abren un espacio para la definición de los objetivos que persigue cada parte y su jerarquización.

Es la ruptura o la imposición del común denominador de infelicidades.

O contribuimos a ello, o polarizaremos una sociedad cada vez más inquieta y con planteamientos más extremos.

Más que nunca, el deber que tenemos todos los ciudadanos es proponer, incitar el debate, el diálogo; contrastar con elementos objetivos, seguir el camino de la ley, poner el pie firme, pero no para dejar la huella de cada uno, sino para que México siga su marcha a un mejor destino.

POR SANDRO GARCÍA-ROJAS CASTILLO

COLABORADOR

@GARCIAROJASSAN