Haz tu denuncia aquí

La autenticidad de nuestro origen

OPINIÓN

·
Probablemente ser original y auténtico sea uno de los retos que nos planteamos los seres humanos más a menudo. Queremos ser distintos a los demás, iniciar nuevas rutas, romper paradigmas, incluso, a veces, resultar disruptivos. Algunos se plantean, incluso, hacer cosas que el breve o ancho colectivo que les rodea y les reconoce distinga como muy característico de quien las hace. Si pensamos en la cultura, descubrimos que la gastronomía o la música, por ejemplo, suelen ser paradigmas que marcan originalidad o autenticidad. Nadie al escuchar un son jarocho en México podría dudar de su origen puramente veracruzano, o quien deguste un taco de cochinita pibil con chile habanero, situarse en los mágicos parajes de la comida yucateca. Lo curioso es que, solamente mirándolas de lejos, las cosas resultan auténticamente puras. Nada en el fondo, si se mira de cerca y con detalle, es del todo original, auténticamente de un sitio o atribuible exclusivamente a una cultura. El chile habanero, por ejemplo, puede ser originario de La Habana, o incluso, de la República Dominicana, y no de Yucatán. Datos más antiguos lo sitúan en el Amazonas peruano, aunque se cree que podría venir de la Isla de Java, en Indonesia. Jorge Drexler, autor y cantante uruguayo, describe con claridad esta dicotomía cultural cuando nos habla de la décima. Estrofa que existe sólo en idioma español, inventada por allá de 1591 por Vicente Espinel (músico y poeta malagueño). La décima desapareció en España, pero cruzó el Atlántico hasta América y ahí se conserva hasta la actualidad. Desde la Patagonia hasta México: canto de mejorana, en Panamá; galerón, en Venezuela; payada, en Uruguay y en Argentina; repentismo, en Cuba; y son jarocho, en México. Lo que resulta asombroso es que cada país la defiende como autóctona, cada uno cree, fehacientemente y a veces con vehemencia, que la inventó. Se trata de una estructura literaria compleja que está formada, en todos estos lugares, de la misma forma. 10 versos, octosílabos, que riman en consonantes: primero con el cuarto y con el quinto, el segundo con el tercero, el sexto con el séptimo y con el décimo y, finalmente, el octavo con el noveno. Al final, debemos reconocer que la identidad de todas las cosas es intrincada, densa y, a veces, inexplorable. Está formada por muchísimos ingredientes. Piense, querido lector, en usted mismo. No podría explicarse sin el mosaico de vivencias, genes, decisiones y condiciones que le han forjado. Un caleidoscopio irrepetible pero que contiene formas y colores no exclusivos. Hoy día, resulta doloroso e incluso hasta cierto punto estéril ver cómo hay quienes se sitúan de uno u otro bando de una historia ancestral. Los distingos originarios vuelven a dividir algo que merece unidad. Es fundamental saber de dónde venimos y conocer nuestros orígenes. Pero es fundamental también -como lo dice el propio Drexler-, saber y entender que todos, en el fondo, somos de ningún lado, y de todos lados un poco.