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Derechos humanos en democracia

OPINIÓN

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Hoy día gana terreno la idea sobre el papel que cumplen los derechos humanos, especialmente en relación con su capacidad para señalar la ruta a seguir en la solución de las problemáticas más complejas para las sociedades, y también para comprometer esfuerzos hacia esa dirección. Un aspecto enriquecedor de dicha conciencia es invariablemente rememorar los hechos históricos y las gestas sociales, cuyo influjo ha definido cada uno de los derechos que en la actualidad asumimos como universales y exigibles. Las efemérides de nuestra agenda pública nos facilitan ese ejercicio. Por ejemplo, recientemente conmemoramos el centenario luctuoso de Emiliano Zapata, personaje decisivo en el impulso del contenido social de nuestra Constitución Política, al tiempo de ser referente obligado para comprender en todo momento la dimensión colectiva de ciertos derechos, que armonizados con aquellos de raigambre liberal, pueden sustentar una convivencia colectiva más equilibrada e igualitaria. Así, los derechos humanos conforman la base de un Estado constitucional y de sus instituciones, los cuales requieren ser maximizados como sustancia de nuestra vida democrática. Para conducirnos en esa empresa constituyen un referente fundamental la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, y por supuesto la creciente fuerza que en los últimos años ha tomado la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En el primer caso, encontramos un llamado a ser corresponsables en el debido funcionamiento de las instituciones y las leyes del Estado. Por su parte, el artículo 32 de la Convención enfatiza la importancia del binomio que conforman los derechos y los deberes, donde el alcance de los primeros no debe entenderse como absoluto, sino más bien limitado y armonizado al ejercicio de los derechos de todos, en la lógica de una sociedad democrática; y donde el cumplimiento de los segundos sea la fuerza solidaria que confiera eficacia a nuestro pacto político y social. Ese espíritu es el que se busca potencializar en iniciativas como la comprendida en el legado humanista del gran escritor José Saramago, que refleja una sinergia social y comunitaria, relativa a la necesidad de contar con una Carta Universal de los Deberes y las Obligaciones, donde se profundicen los deberes que como personas tenemos en el afianzamiento de una sociedad en la que no se discrimine, se respeten la vida y el conjunto de libertades, entre muchos otros aspectos. En contextos donde existe una fuerte presión para generar las condiciones suficientes para un ejercicio igualitario de los derechos, es indispensable tener presente la premisa del escritor lusitano, expuesta en su discurso de recepción del Nobel de Literatura: la fuerza con la que reivindicamos nuestros derechos debe ser equiparable a la fuerza con la que asumamos nuestros deberes. Lo anterior hace que converjan derechos y democracia.  

Por RODOLFO LARA PONTE