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Ser nadie para nadie

Ser nadie para nadie es aceptar el homicidio como trabajo y la brutalidad como obligación y prestigio

OPINIÓN

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Ser nadie para nadie es el título de un documental realizado por Gabriel Dombek, y patrocinado por la ONU, sobre la violencia que impera en Guerrero, a partir de testimonios de ex sicarios, ex policías y policías en activo, así como por académicos y profesionales de ciencias sociales y servidores públicos. Ser nadie para nadie es la experiencia de un número indeterminado de niñas, niños y adolescentes que no gozan ni ejercen ningún derecho, que viven en un entorno de maltrato y violencia y que son acechados por quienes los saben vulnerables y reclutados por bandas y cárteles. Ser nadie para nadie es, en muchos casos, el origen de sicarios menores de edad, quienes, como resultado último de una decisión tomada por aquellos se adueñan de su vida, suelen terminar asesinados o en la cárcel. Ser nadie para nadie es ser detenido y torturado por autoridades irresponsables, lo que los adolescentes suelen interpretar como “la lección que nos da la ley”. Ser nadie para nadie es llegar a prisión o a las instancias de detención juvenil y salir después de meses o años y no encontrar un adulto que repare la profunda destrucción interna ni a alguien que se comprometa con su protección y desarrollo. Ser nadie para nadie es también retornar a la cárcel por delitos más graves. Ser nadie para nadie es tener a algún familiar en prisión y pagar todo tipo de extorsiones para que se cumpla la normalizada sentencia de que la cárcel es fábrica de dinero y escuela del crimen. Ser nadie para nadie es extender la mirada y encontrarse con que a la primera indefensión siguen la soledad, el delito como vía de sobrevivencia y la violencia el destino. Ser nadie para nadie es aceptar el homicidio como trabajo y la brutalidad como obligación y prestigio: “Desde que levantamos a la persona, en dos minutos la destrozamos. Nos dicen los carniceros”. Ser nadie para nadie desgrana historias contadas por sus protagonistas con una frialdad que hiela y con una resignación de fatalidad, todo lo cual nos hace preguntarnos sobre nuestra responsabilidad en estas tragedias y en la violencia que sacude al país. El documental retrata lo que ocurre en Guerrero, pero sabemos que sucede en gran parte del país. Entre otras de sus lecciones, destaca el maltrato y la desatención que padecen muchos niños, niñas y adolescentes en México, que desde su temprana edad y después en su vida adulta se convierten en víctimas y victimarios de una sociedad que los abandonó en las esenciales etapas de su formación. El gobierno federal y las instancias del Estado deben apurar el paso porque estamos frente a un deterioro de urgente atención integral. Todos tenemos mucho por hacer respecto de nuestra niñez y juventud. Por los que ya se encuentran atrapados por el crimen y por los que pueden llegar a ese inaceptable estado de sometimiento.  

Por MAURICIO FARAH

@MFARAHG