En la colaboración anterior, comentábamos que si bien es políticamente correcto afirmar que el 2024 se encuentra aún demasiado lejano, lo cierto es que los personajes y grupos que están llamados a desempeñar un rol protagónico, ya están pensando en esa fecha y actuando en consecuencia.
En el primer artículo de esta serie tocamos el caso del Partido Acción Nacional, y en esta ocasión nos referiremos al Partido Revolucionario Institucional.
Como es bien sabido, el que constituyó por décadas un partido hegemónico, que fue expulsado del poder por primera vez en el año dos mil, y que tuvo después la capacidad para recomponerse en el 2012, recibió en las elecciones federales y estatales que acabamos de experimentar un rechazo contundente de la gran mayoría del electorado, a un grado tal que no pocos especialistas cuestionan seriamente su viabilidad de cara al futuro.
Las causas de la gran debacle del PRI están más que claras: niveles preocupantes de corrupción, la lacerante persistencia de la pobreza y marginación, una violencia desbordada, bajas tasas de crecimiento económico, y un ejercicio del poder soberbio y superfluo; el partido terminó divorciándose unilateralmente de la ciudadanía y le dio la espalda, a pesar de haber resultado favorecido con una “segunda oportunidad” a nivel federal (en la época reciente).
Después de sufrir dicho colapso político-electoral, los priístas atraviesan en este momento un hito que podría representar ya sea el inicio de un lento y arduo proceso de recuperación, o en su defecto, la confirmación de su etapa final hacia la desintegración: el cambio de su dirigencia nacional en septiembre de este año.
Ya se han pronunciado los aspirantes (seis en total), aunque dos con mayores posibilidades, Alejandro “Alito” Moreno y José Narro, cada uno con el presunto respaldo de liderazgos que tienen un importante peso específico interno: Manuel Velasco, Rubén Moreira, José Murat y Alejandro Murat, del lado de Moreno; y Miguel Ángel Osorio Chong, Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa inclinándose a favor de Narro.
Independientemente de quién gane la contienda intrapartidista, hay dos precondiciones básicas para que el PRI pueda ir adquiriendo competitividad: que su método de elección sea abierto y democrático para que el resultado tenga legitimidad y credibilidad; y que el grupo ganador emprenda un relanzamiento total del partido, que abarque no sólo una imagen y elementos mercadológicos diametralmente distintos, sino una transformación radical en sus formas de comunicación, operación y oferta programática.
La marca, marca.
Y hoy la marca PRI tiene un significado severamente deteriorado en el inconsciente colectivo de los mexicanos.
No es la primera vez que enfrentan el desafío de reinventarse, ya veremos si optan por la simulación y el gatopardismo, o si realmente intentan ser disruptivos y comprender las claves del siglo XXI, en términos de la conquista de la voluntad popular.
Por JESÚS ANGEL DUARTE
@DUARTE_TELLEZ