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Anclar la patria en tierra firme

OPINIÓN

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Por momentos nuestra sociedad pareciere navegar sin encontrar tierra firme. Sólo encontramos archipiélagos en donde podemos permanecer un breve tiempo. Las ideologías de un lado y de otro, parecen no tener, necesariamente, ancla o puerto firme. Un joven de nuestro tiempo puede concebir en su marco teórico elementos científicos y metafísicos; sentirse parte de una corriente conservadora y pretender ser disruptivo; puede creer en la ciencia, en un Dios, en la madre naturaleza y en la inteligencia cósmica a la vez. Algo parecido a nadar en un archipiélago de grandes rocas, pero sin divisar tierra firme. ¿Qué hace que una persona vaya encontrando dónde cimentarse para fundar su pensamiento y, por ende, su propio destino? Se requieren parámetros, ideales, referencias por alcanzar o rechazar; héroes o villanos a los cuales abrazar o repudiar. ¿Dónde encontrarlos? En los libros, en las leyendas mitológicas, en los próceres de la historia. Nuestros héroes, si bien nos va, tienen al menos cien años. Poquísimas veces, esas anclas están en nuestro tiempo, entre nosotros. Raro es que un líder trascienda a su tiempo de gloria. Una vez baja del pedestal, es criticado y juzgado por haber, acaso, cometido tropelías y no satisfacer la esperanza que en él se depositó popularmente. Para muestra, analice, querido lector, al grupo de líderes que han dirigido al mundo en los últimos 50 años; por ser de izquierdas o derechas, hablar en términos mundanos y alejarse de la retórica política, o por venir del pueblo, ser indígena, ser mujer, por gritar y sacar a trompazos al denominado establishment, etcétera. Los héroes ciudadanos son aquellos que, justamente sin perseguir gloria o pedestal, defienden la verdad, la libertad, la igualdad; enaltecen las virtudes humanas como el amor, la solidaridad, la compasión, la valentía, el honor, la dignidad. Forjan, anclan, cimientan, fundan. Nuestras sociedades están ávidas de esas figuras y, si lo pensamos, no hay muchos ejemplos; y cuando los hay no les reconocemos. Si no se convierten en símbolos, perdidos en la memoria de algunos pocos, pasan desapercibidos en cuanto no hay quien de ellos hable. Hace poco, el Senado mexicano propuso otorgar la medalla Belisario Domínguez a don Julio Scherer García. Su familia declinó recibir la presea. La causa, palabras más, palabras menos, “…esa hubiera sido su voluntad, en respeto a su forma de vivir y de pensar.” Dos consideraciones, con todo mi respeto: la memoria de una persona no le pertenece a quienes formaron parte de su círculo cercano; si su legado trascendió a todos, igualmente su ejemplo y posibilidad de honrarlo pertenece a todos. Si se trata de un acto con trascendencias estrictamente familiares, lo entiendo; pero con efectos públicos, simplemente no. Y segundo, ¿no valdría la pena que tengamos, reconociéndolos socialmente, nuevos referentes que abran camino a futuras generaciones? ¿No urgen nuevos hitos, nuevos símbolos, precisamente de aquellos que ayudaron a forjar a contrapelo, la patria que hoy vivimos?  

COLABORADOR

@GARCIAROJASSAN