Reflexiones domingueras

De repente, la historia de Cleo y el joven Cuarón se convirtió en el espejo de muchas realidades

El domingo pasado, Cuarón se fundió en un abrazo con Guillermo del Toro mientras otra vez se alzaba triunfador, como lo han hecho los cineastas mexicanos en esta década. Al mismo tiempo, el auditorio escuchaba a mexicanos hablar español en la ceremonia de los Óscares; desde Los Angeles, ciudad latina y muy mexicana, se envió un poderoso mensaje a los autores del muro y algunas convicciones racistas que están apareciendo en Estados Unidos. Así, el lenguaje y las artes, tanto como el comercio, mantienen entrelazados a ambos países. La frontera ingobernable y hostil que describe Trump parece guardar secretos que siguen asombrando a los estadounidenses, por eso cuidar el vecindario significa mantener puertas y ventanas abiertas. De repente, la historia de Cleo y el joven Cuarón se convirtió en el espejo de muchas realidades que a veces no nos gustan ver: desde el barrio de la colonia Roma hasta la ilustración de la desigualdad, pasando también por el retrato de esas familias amplias, que contrastan con las familias sajonas de padre, madre e hijos que tiempo después se marcharán. Bajo un mismo techo conviven también las abuelas, el perro, las mentiras piadosas para ocultar el fin de un matrimonio y, por supuesto, las empleadas domésticas. Sorprendidos allá, Roma se hizo de la atención de todos. Con ella, el retrato de nuestras costumbres en blanco y negro es una buena oportunidad para discutir cómo impulsamos un trabajo digno para empleados domésticos, cómo generamos inclusión y oportunidades y cómo defendemos a más mujeres de los machos que a la primera de cambio salen corriendo y las dejan. Sin duda, también está el tema sobre cómo recuperamos el bonito equilibrio que tenían nuestras colonias, esa convivencia y vida en comunidad. Paradójicamente, hemos dicho ufanos que México ganó el domingo, porque estamos sedientos de triunfos, pero en realidad ganó Cuarón por pintar a ese país desigual que subsiste casi 50 años después. México es contraste permanente, desde siempre, y éste a veces es inentendible. Cleo salvó la vida de los niños sin saber nadar, pero horas después les preparaba un licuado; así seguramente lo hizo todos los días. En nuestras historias también hay Cleos, y si decimos contentos que México ganó en los Óscares, pues tendríamos que reflexionar sobre cómo le hacemos para que el retrato pintado en Roma nos motive a construir una patria más incluyente, un país de, y con todos. Las desigualdades no pueden ser vencidas con discursos ni pueden maquillarse con estadísticas. La única forma para superarlas es con educación igualadora de oportunidades, pero también con instituciones que ayuden a cerrar las brechas. Es indispensable que cada persona tenga un trabajo digno, decente y formal, sin peros, pero acompañado de políticas públicas e instituciones que sirvan y permitan dar un paso más de justicia a quienes con su trabajo honesto contribuyen a que tengamos mejores hogares. El día que lo logremos, entonces México habrá ganado; mientras, el Óscar se lo ganó Cuarón, Cleo y la Roma.  

colaborador

@jgarciabejos