Perder el norte pero no el arte (parte II)

Un enigmático camino recorrió mi versión de Mariana de Austria, sin saber si volvería a mí anhelada obra

Tras un tortuoso peregrinar, ya en México, me dirigí al reclamo de equipajes perdidos para hacer lo correspondiente al no haber llegado los cuadros, y cuando pensé que la vida no podía sorprenderme más, lo hizo; la búsqueda del número de etiqueta que las identificaba arrojó en el sistema cero resultados.

Pasé una semana hablando con decenas de representantes de la aerolínea que me mandaban de conmutador en conmutador. Nadie me daba una respuesta. La monarca al óleo deambulaba en un lienzo enrollado, sin detalles de cuándo y dónde sería su próximo paradero.

Mi búsqueda frenética me llevó a escribir un correo de reclamación al presidente de la línea aérea mismo que fue atendido de manera inmediata; curiosamente sólo así terminó el misterio y los cuadros aparecieron mágicamente al día siguiente.

Una compañía de paquetería los entregaría en el domicilio registrado que, para colmo, no era el mío.

Al mediodía de un domingo me llamaron de un número desconocido; por suerte contesté, cosa que no suelo hacer, pues eran las personas que me informaban que estaban por entregar el paquete. Sin éxito supliqué y rogué en todos los idiomas para que me esperaran 10 minutos en lo que yo me trasladaba allí para recogerlo, y no tuve más remedio que arriesgarme a que lo dejaran en la entrada de una casa a media calle.

En el camino me iba encomendando a toda la corte celestial para que ningún amante de lo ajeno se llevara mis cuadros ¿Se imaginan? Una reina esperando por mí en plena calle, cualquiera podría raptarla. Impedí que eso sucediera llegando muy a tiempo a su rescate y con gran alivio la llevé a su nueva morada: mi casa.

Al llegar, en lo que yo corría al baño, le pedí a mi exmarido que cuidadosamente me ayudara a desempacar el plástico que la cubría; le comenté que seguramente habría pasado por una minuciosa revisión, pues tenía muchos sellos aduanales y que esperaba que no la hubieran dañado durante el registro.

De pronto él apareció frente a mí y, con tijeras en mano, me dio la mala noticia de que uno de los lienzos estaba sajado ¡No podía ser!, la soberana ¿herida? ¡Me quise morir con ella en lo que corría a revisarla! La reina estaba a salvo, pero el otro lienzo tenía un corte en forma de “L” que, claramente, sucedió cuando mi exmarido cortó el plástico para sacarlos; eventualmente sucedió, pero ésa fue la primera vez que pensé seriamente en el divorcio.

Por fortuna el cuadro del zapato antiguo fue restaurado y Mariana de Austria me acompaña desde entonces habiendo sobrevivido otro traslado transoceánico y regresando orgullosa a la cuna de su creación, España, sin tijeras que la amenacen.

POR ATALA SARMIENTO

COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX

@AtaSarmi



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