No faltan ganas de lamentar el costo brutal de la esquizofrenia del discurso, de la irresponsabilidad que implica la improvisación como estrategia, y de la polarización política como refugio permanente del fracaso. Pero siendo lógica y justa, esta crítica ya no es tan útil para enfrentar el desastre en seguridad. Es momento de soluciones, de alternativas, y de espacios estratégicos para construirlas. Empiezo por lo último.
La reacción de la prensa internacional, y en particular del establishment estadounidense, a la tragedia de la familia LeBarón, es una oportunidad. El símbolo indeleble del canciller mexicano en la zona del crimen es respuesta no sólo a los tuitazos de Trump, las advertencias ignorantes de algunos senadores, y la frase lapidaria de la editorial del Wall Street Journal considerando una intervención militar como alternativa para la defensa de los estadounidenses en México. Es muestra de que, si bien no es claro que le duela al gobierno de AMLO el sufrimiento de las víctimas, sí le atemoriza lo que pueda hacer el vecino, en particular el riesgo de que se descarrile la aprobación del T-MEC, o peor aún, se les vuelva a ocurrir implementar aranceles, cuotas, o de plano acabar de matar al TLCAN.
Así que lo que queda es aprovechar ese abismo entre los polos irreconciliables de la guerra y la paz que enarbolan dos Presidentes igualmente inconscientes de la complejidad de los retos, y ofrecer una alternativa de puente. Una plataforma de entendimiento. ¿Qué pueden hacer México y EU juntos para reencauzar nuestro acercamiento a la tragedia de inseguridad? Ofrezco tan sólo un apunte, por motivos de espacio.
Lo esencial es retomar el principio de responsabilidad compartida, que es la principal contribución de la Iniciativa Mérida. Es en Estados Unidos donde se gastan miles de millones de dólares anuales en demanda de productos ilícitos que atraviesan por nuestro país; es allá donde se produce la oferta indiscriminada de las armas de alto poder con las que en México se cometen los crímenes y se intimida a las autoridades. Es su responsabilidad también la inutilidad absoluta de la información e inteligencia con que cuentan y que podría ser usada para el debilitamiento de organizaciones delincuenciales que son, en efecto, cárteles regionales que no conocen fronteras.
La responsabilidad compartida implica tareas gigantescas de nuestro lado. Digamos mínimamente que sigue pendiente la construcción integral de políticas e instituciones confiables, solventes y de excelencia para cada uno de los siguientes (grandes) temas: prevención, seguridad, investigación, justicia y rehabilitación. Aún suponiendo que la Guardia Nacional estuviera orientada en este sentido, sería apenas una gota en un océano. Entre las responsabilidades comunes de México y de EU está, también, coordinar lo más posible nuestras decisiones respecto a regulación de las sustancias, y la atención a crisis emergentes o prioritarias, como es la de los opiáceos.
Nada sería más triste que al dolor infinito de la tragedia humana se le sume el desaprovechar la oportunidad que ha generado por su impacto. Al menos ese legado productivo nos toca construir.
POR ALEJANDRO POIRÉ
*DECANO, ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES Y GOBIERNO, TECNOLÓGICO DE MONTERREY
@ALEJANDROPOIRE
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