Es un cuadro que reinterpreta la versión original de Mariana de Austria de Diego Velázquez, uno de mis pintores barrocos predilectos, y cuya autora es alguien a quien considero una segunda madre.
El cuadro se hizo por encargo en Valencia y lo llevé desde Bilbao a México en una travesía digna de contar porque estuvo a punto de convertirse en un drama que, siendo muy honesta, pudo haber acelerado mi segundo divorcio.
Julia Illa, la artista plástica autora de esta obra, tuvo el gran detalle de regalarme una de sus obras cuando me entregó mi anhelada Mariana de Austria. Es el óleo de un zapato antiguo en tonos grises y negros. Ella tuvo el cuidado de envolver ambos lienzos de manera perfecta para que no se dañaran durante el trayecto que harían en avión, porque tenía un vuelo de conexión, y siendo uno de los lienzos tan grandes, tenía que pasar por un área especial de equipaje de grandes dimensiones.
Todo ese viaje para llevar mis joyitas pictóricas a México empezó fatal desde que Madrid amaneció tapado de niebla y ello impidió que pudiéramos despegar desde Bilbao hasta que la visibilidad se dignara a aparecer; con tal suerte que despegamos tres horas después de lo planeado y yo, por más que corrí con mis lienzos gigantes por los larguísimos pasillos del aeropuerto de Barajas solicitando ayuda, perdí la conexión a México.
En un mostrador de la aerolínea busqué todas las opciones posibles para alcanzar otro vuelo, pero mi única posibilidad de volver a tiempo al trabajo se reducía a un vuelo que hacía una ruta Madrid-Lima-Miami-México por la módica suma de 2 mil 800 dólares en clase premier ¡Imposible! Así que tuve que quedarme esa noche en Madrid y salir hasta el día siguiente.
A media tarde llegué muy puntual con mis cuadros bien envueltos rogando porque no hubiera contratiempos que nuevamente pusieran en riesgo mi vuelta a México. Me documenté y llevé los lienzos al área de equipajes de grandes dimensiones y allí me cercioré de que le pusieran las etiquetas correctas para que llegaran a salvo. Me despedí de ellos a medida que los veía irse por la banda que los llevaría hasta nuestro avión.
El vuelo transcurrió de manera normal y aterrizamos en México a tiempo. Todo iba perfecto hasta que llegué a la banda de equipajes esperando mis maletas y mis codiciados lienzos.
Poco a poco me fui quedando sola, mientras el resto de los pasajeros iba recogiendo sus maletas con cara de felicidad. Yo cada vez más preocupada veía que la banda daba vueltas vacía, sin mis lienzos. Y allí comenzó la dramática travesía: ¡los cuadros estaban perdidos!… CONTINUARÁ
POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI
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