Esta semana, el beisbol mexicano nuevamente se vistió de gala con la incorporación de cuatro grandes figuras de la pelota al nuevo Salón de la Fama de Monterrey que, por cierto, vio su primer evento en forma.
Fernando Valenzuela, Daniel Fernández, Ricardo Sáenz y Cuauhtémoc Rodríguez (como directivo) ingresaron con todos los méritos al recinto de los inmortales.
Sin entrar en tanta numeraria, hay que recordar que El Toro es considerado el mejor pitcher mexicano de todos los tiempos; ganó 173 juegos y perdió 153, con 3.54 de efectividad y dos mil 74 ponches.
Daniel Fernández es un primer bat de lujo de los Diablos Rojos del México, equipo con el que lo consiguió prácticamente todo durante sus 26 temporadas. Conectó dos mil 648 hits, 388 dobles y 111 triples, ocupando el tercer lugar en esta categoría. ¡Ah, cómo nos hacía pasar corajes a los aficionados de los Tigres! Un aplauso de pie para el de Cd. Cardel, Veracruz.
Ricardo Sáenz posee el récord de dobles en todos los tiempos, con 496. Durante su intervención en el evento, El Suavecito expresó buenas frases y detalles de caballero. "Nuestros nombres quedarán escritos gracias a la pasión que siempre mostramos en el terreno de juego”, dijo.
Saénz no se despidió sin antes recordar a Jesús Somers y Houston Jiménez como sus mentores en este bello deporte. Ya eres grande, Siete Leguas.
Por último, Cuauhtémoc Rodríguez, a quien le estamos agradecidos. Es uno de los directivos más admirados, respetados y con mayor dedicación en el beisbol mexicano. Don Cuauhtémoc vive y morirá con el Deporte Rey.
HAY ESPERANZA
A pesar de la escasa difusión y proyección del torneo internacional Premier 12, le hemos seguido los pasos a la Selección Mexicana de Beisbol, que desafortunadamente perdió su oportunidad de clasificar a los Juegos Olímpicos de 2020. Pero no todo está perdido, aún queda la velita prendida. Hay de dos: que Australia venza a Taiwán para que elimine a Estados Unidos; y la otra es que los australianos pierdan y que esto provoque un juego por el boleto ante los gringos. Cuando usted esté leyendo esta columna, se habrá sabido.
Por Manuel Zamacona
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