Robert D. Putnam, sociólogo de EU, estudió a las sociedades italiana y estadounidense, y habló de pérdida de dinamismo social y, por tanto, del declive de la calidad de vida pública y de la actuación de las instituciones sociales por el debilitamiento de las normas y las redes de compromiso cívico.
¿Por qué ha sucedido esto? ¿Por qué ha disminuido la reserva de capital social de las comunidades? ¿Por qué se han empobrecido las normas de reciprocidad generalizada que estimulaban la confianza social?
El abstencionismo electoral, la baja afiliación sindical y política, la poca participación en asociaciones de padres y maestros, la reducción de voluntarios en organismos cívicos, el debilitamiento de vínculos en la vecindad y la familia, ¿a qué obedecen?
Tenemos que entender que la plena ciudadanía en la nueva sociedad de la información no podrá hacerse sin la existencia de reglas y normas de conducta interiorizadas, porque el cambio tecnológico y económico también necesita del orden social para lograr objetivos y tareas comunes.
El reto ético es la renovación de un compromiso hacia un núcleo de valores, la necesidad de construir un nuevo paradigma moral exitoso, una regeneración comunitaria de valores que combine autonomía individual y responsabilidades sociales y brinde nuevos mecanismos normativos.
Existe la conciencia de vivir una etapa de cambio social y normativo que provoca cierto malestar en relación con la vivencia y la transmisión de valores, tanto en lo privado como en lo público. Pero, por otra parte, muchos de los que han perdido la fe en el poder taumatúrgico de las palabras, desconfían de discursos moralistas y se acercan a ellos con una especie de vacuna antisermones. La razón: se ha visto y sufrido demasiadas veces el divorcio entre palabras y hechos, la incoherencia entre la moral predicada y la practicada.
Gran parte del descrédito de la religión o de la política, por poner dos ejemplos, proviene del hecho de que cada vez son más los que detectan el carácter contradictorio de su retórica moralista.
Ahora, la incomodidad ante el discurso moral viene de una convicción más profunda y actual, la que detecta que los valores viajan a una velocidad más lenta que los hechos, de manera que cuando los hechos se han producido, los valores todavía no llegan.
La voluntad de acordar valores compartidos tropieza con la estructura social en la que conviven tradiciones culturales o religiosas o proyectos de vida plurales.
El pluralismo también es parte de la inquietud valorativa: hay creencias y valores que compiten entre sí, hay más de una cosmovisión y entre una y otra se notan disonancias. No es pues extraño que el hoy sea a la vez un tiempo de tolerancia y de fanatismo.
El pluralismo tiene otra consecuencia: provoca cambios sobre la conciencia, la manera de ver y vivir valores. Convivir con un conjunto plural de creencias proyecta a un mundo cargado de posibilidades de elección, pero también implica relativizar del contenido normativo de la conciencia. Ha hecho que creencias y valores que eran parte de las certezas básicas se trasladen a una zona más volátil de opiniones. El anhelo de certezas en tiempos de cambios puede conducir al dogmatismo, a la conversión repentina de los individuos a sistemas de carácter absolutista. Las redes sociales abonan en esto, destruyen las zonas grises del pensamiento y el poder del disenso.
POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU
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