Estos días pasó casi desapercibida una noticia que vale la pena comentar, especialmente en el marco del 74 aniversario de la Organización de las Naciones Unidas: la elección de Venezuela como integrante de su Consejo de Derechos Humanos. Este hecho ilustra la crisis que atraviesa el multilateralismo, y en general el orden liberal internacional.
Aquí algunos datos: Venezuela ocupa uno de los últimos lugares, 137 de 167, en el Índice de Democracia; asimismo, es considerada “no libre”, con una de las peores calificaciones en la medición de Libertad en el Mundo.
Más de cuatro millones de venezolanos han abandonado su país como resultado de la crisis humanitaria, así como de la represión del gobierno.
Frente a este tipo de desatinos, cada vez más sectores liberales y progresistas se desencantan de las instituciones internacionales que, muchas veces, en lugar de alzar la voz contra los regímenes autoritarios, les ofrecen un lugar en la mesa. Por otro lado, las fuerzas políticas populistas también socavan el multilateralismo, al que acusan de ser burocracias costosas e ineficientes que menoscaban la soberanía.
Por primera vez en mucho tiempo, el multilateralismo está duramente cuestionado y deslegitimado tanto desde sectores liberales como conservadores. No hay soluciones únicas, pero sí acciones concretas. Es cierto que muchas instituciones multilaterales se han hecho ineficaces y requieren renovarse. Sin embargo, a todos nos conviene repensarlas para que respondan mejor a la realidad del siglo XXI. Un ejemplo es el Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo diseño sigue reflejando las realidades de 1945. México ha promovido una reforma que incluye prohibir el veto cuando se trate de atrocidades en masa. Este cambio permitiría respuestas reales, en el marco del derecho, frente a crisis como la guerra civil en Siria.
Es indispensable informar mejor al público sobre los beneficios del orden multilateral.
Estos asuntos generalmente sólo se debaten entre las élites; eso debe cambiar para comunicar a las grandes audiencias, de forma sencilla, cómo la cooperación beneficia su vida cotidiana, en temas como la ciencia, el comercio, la salud, entre otros.
Hoy, los organismos multilaterales deben acreditar su labor ante la ciudadanía global y rendir cuentas ya no sólo a sus Estados miembros.
Los integrantes de la Asamblea General de la ONU que eligieron a Venezuela, por ejemplo, votaron en secreto. Es necesario que estos procesos sean abiertos, para que los ciudadanos sepan qué hacen sus gobiernos, y éstos asuman los costos políticos de sus decisiones. Las relaciones internacionales oscilan entre el idealismo de los principios y el realismo de las acciones pragmáticas.
Hoy requerimos lo mejor de ambas tradiciones: un multilateralismo institucional y dialogante, pero que también tenga mecanismos para actuar frente a las injusticias; que reconozca los nuevos balances de poder multipolar; que sea más abierto y cercano a los ciudadanos.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
SENADORA DE LA REPÚBLICA POR EL PRI
@RUIZMASSIEU
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