Las reglas no escritas de la tradición político-gubernamental de México indican que, en la transición de todo gobierno, hay un periodo de bonanza social.
Generalmente por esta época, con un nuevo presidente en turno, hay grandes expectativas ciudadanas.
Éstas se mantienen por unos meses, en lo que la función pública retoma su ritmo y el nuevo régimen implementa las políticas públicas que planeó con antelación, a puerta cerrada y sin atención mediática.
Desde la Oficina de Presidencia se lanzan los típicos mensajes que hablan sobre “gobernar para todos”, “aquí ya no hay colores”, “se trata de México y no de un partido”: el tipo de palabras que buscan, por un lado ganar tiempo y por otro, legitimar al nuevo régimen ante los adeptos y no adeptos.
Pero parece que este Gobierno de México no está interesado en seguir el script.
En su afán por dar una imagen tempestuosa, enérgica y llena de vitalidad, el presidente, Andrés Manuel López Obrador, y su equipo, también están sacrificando un proceso de pacificación social necesario en tiempos poselectorales y como resultado, tenemos lo que parece un desgaste adelantado de su figura, que comenzó antes de tomar protesta como presidente de México.
La cancelación del NAIM, un error que traerá más consecuencias económicas y políticas de las calculadas.
Los francos ejercicios de simulación de consultas ciudadanas. Las contradicciones en la estrategia de seguridad, que dejan ver la falta de claridad en el tema después de 18 años en campaña y que desembocan en una “solución” no muy diferente a la fórmula que se viene aplicando en los últimos 10 años.
El pleito con el Poder Judicial. Los despidos masivos de burócratas de nivel medio y bajo. Los súper delegados, ex candidatos al gobierno de sus estados con evidentes aspiraciones políticas.
La aprobación por parte de las fracciones parlamentarias de Morena en los congresos locales a las cuentas públicas de gobernadores con señalamientos de corrupción (casos Tabasco y Chiapas).
Hasta ahora, Andrés Manuel López Obrador ha descendido 9 puntos en aprobación y, lejos de legitimarse, parece concentrar su discurso sólo en un tercio de los mexicanos, sus adeptos; crecen los radicalismos, se sigue fomentando la polarización social y se profundiza el rechazo de los escépticos.
Aquí cabe la pregunta, ¿son necesarias las ruedas de prensa diarias desde muy temprano, donde el Presidente habla como se dice popularmente, de “chile, de dulce y de manteca”? No parece haber una estrategia clara por establecer una agenda gubernamental.
Estos mensajes contradictorios y desordenados que se mandan desde el Palacio Nacional cada mañana contribuyen al problema. Alguien le tiene que hacer ver al Presidente que cuando se es gobierno, se tiene que hablar menos y hacer más.
GEORGINA TRUJILLO
COLABORADORA
@GINATRUJILLOZR