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La norma de la impunidad

Tenemos una sociedad que está acostumbrada a actuar en la impunidad de cualquier índole

OPINIÓN

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La tragedia de Tlahuelilpan es un botón de muestra de una serie de hechos que no podemos dejar de ver. Precariedad y vulnerabilidad de los ductos que transportan las gasolinas; falta de infraestructura y de capacidad en nuestras autoridades; la deshumanización de una minúscula, pero vociferante parte de la sociedad que en redes sociales, celebra como castigo impío la muerte de las víctimas. Todas reprobables: señales que deben obligarnos a tomar acciones impostergables y de manera inmediata. Pero en el conjunto de causales que circundan la tragedia, existen dos que son alarmantes: por un lado, el grado de inconsciencia y falta de cuidado en que operan quienes se dedican al robo y venta de combustibles. Por el otro, la podredumbre que la impunidad ha generado en la comisión de todo tipo de delitos –falta de casos, acusados, investigaciones, sentencias condenatorias, sanciones efectivas. Tenemos una sociedad que está acostumbrada a actuar en la impunidad de cualquier índole. Abordemos el primero. En las películas o series de televisión se observa a los elaboradores de drogas sintéticas o a los traficantes ilegales de materiales radiactivos en laboratorios (aunque sean clandestinos), con guantes, máscaras protectoras, botas, etc. Vemos edificaciones especialmente hechas para esconder la toma clandestina o los contenedores de materiales prohibidos para el transporte y manejo de líquidos, polvos, gases, etc. En las escenas de Tlahuelilpan, a campo abierto, los pobladores andan a diestra y siniestra entre miles de litros de gasolina, entre los gases, con cualquier tipo de ropa, sin protección alguna, niños, mujeres, etc. La duda que surge hasta aquí no es si sabían o no del riesgo, sino más bien, ¿qué límites y riesgos están acostumbrados a vivir en su día a día, que esos que todos percibimos, les resultaron ordinarios? El segundo. Si no pasa nada, y nada ha pasado desde siempre; si no tienen alternativas, si no existen otras oportunidades; si delinquir es parte de su habitualidad, ¿no es ésa su normalidad? ¿Cómo exigir a alguien que haga algo debido, si ante aquél que no lo hace, no pasa nada? La impunidad en su reino se instaura como norma, pierde su elemento transgresor. Decenas de familias cuentan a sus muertos calcinados. Decenas más habrán quedado marcados de por vida por las secuelas de las amputaciones, quemaduras, estragos y heridas. La sociedad en su conjunto, testigo de una tragedia. No porque usted, queridos lectora y lector, se dedique a otra cosa y se sienta a años luz de cometer actos como los que presenciamos todos, vive en otro México. Es el mismo en el que crecerán sus hijos, sus amigos y sus afectos. No hay mexicanos de primera o de segunda. En la medida en que todos entendamos que urge poner un alto y generar más educación, oportunidades y conciencia en aquellos que están alejados a ellas, seremos más los mexicanos que entendamos que estamos atados a la misma suerte, para bien y para mal.  

COLABORADOR

@GARCIAROJASSAN