En la actual sociedad mexicana, hay sectores sociales que no existen de hecho. Conocemos a los periodistas asesinados o secuestrados por el crimen organizado y no organizado; se nos informa puntualmente de los políticos que han sufrido igual suerte, en particular durante la campaña pasada. Nadie habla de los numerosos sacerdotes que han sufrido muerte violenta o a los que se les ha privado de libertad.
Da la impresión de que un sacerdote asesinado es un ciudadano que no murió por el hecho de que nunca existió. Así lo entienden los medios de información que apenas dedican una línea a la violencia que sufre el clero de la Iglesia católica en nuestro país.
Esta omisión que no puede atribuirse a la casualidad, más bien a la premeditación y al oportunismo informativo, suele completarse en el mejor de los casos sembrando dudas que vuelven infames a esos ciudadanos que también son sacerdotes. No sólo les arrebatan la vida sino también la fama. El vacío informativo que rodea estas muertes es especialmente lacerante y un agravio a la sociedad.
En una democracia dizque con un Estado de derecho, la igualdad es un derecho de todos, y todos debemos velar por éste. Un clérigo no es menos ciudadano que un candidato de cualquier partido o un periodista de tal medio. Si se discrimina en la muerte es porque esa discriminación existe de facto en la vida, prueba decisiva de que la igualdad en México es una prebenda y no un derecho. Particular responsabilidad tienen los medios de comunicación a la hora de hacerse de la vista gorda ante la tragedia que padecen hombres y mujeres de la Iglesia católica.
Silenciar o difamar a un sacerdote que ha sido asesinado es una flagrante violación de la igualdad, pero también es un atentado a la libertad individual y al derecho a la vida. México es abrumadoramente católico, pero está mal visto.
En nuestro país es más fácil ser cristiano, musulmán, budista, ateo o shik, que católico. En cualquier caso, todos tenemos el derecho de que se nos reconozca nuestra igualdad como ciudadanos y, en consecuencia, a que se respete nuestra libertad personal.
El hecho de que la Iglesia Católica en la actualidad esté sumida en una crisis sin precedentes, no quiere decir de ninguna manera que en la Iglesia no haya ciudadanos entregados a los demás, generosos y animados por el espíritu de servicio.
La Iglesia debe enfrentar sus errores y omisiones, pero el Estado de Derecho debe velar por sus ciudadanos sin distinciones de ningún tipo porque esa es su obligación, de la misma manera que los medios de comunicación deberían informar sobre estos hechos a partir de la verdad, sea la que sea, y no de los prejuicios.
Diacrítico. Los ciudadanos que, en el ejercicio de su libertad, son sacerdotes, no gozan del derecho de igualdad si nos atenemos al trato que reciben desde diferentes ámbitos: son clérigos, pero no ciudadanos. Impresentable.
Ciudadanos vs. sacerdotes
En una democracia, un clérigo no es menos ciudadano que un candidato de cualquier partido
