Cinco Rodavento: El nuevo de la cuadra

 
Quesadillas, fideo seco y tacos de charal en una de las calles más emblemáticas del pueblo, en la cual quienes la hemos recorrido desde la infancia, sabemos que está uno de los árboles más lindos del estado, el pan de elote del don de la oscura panadería a la que se llega temprano para pellizcar las teleras calientitas, y, no puedo obviarlo, la casa que en su momento y durante décadas hacía sonar la mejor música del mundo para muchos de nosotros cada sábado y hasta el amanecer. Todos son ciclos.
Así llegué a Cinco Rodavento, el nuevo concepto de hotel boutique contemporáneo en la entrada al centro de Valle de Bravo, y pensé, qué atinado, pues sin duda ya hacía falta. Para los que adoramos el mexiquense pueblo mágico de calles empedradas, lago, viento y sol espectaculares, la opción de volver a contar -y digo volver porque los hubo, y los hay, pero no como me gustan-, con un lugarcito para cenar con amigos, y tomar una o varias copas con musiquita de fondo, es genial. Ni tan tan, ni muy muy, dirían por ahí, la combinación perfecta entre la informalidad de un sitio de fin de semana de deporte, contemplación y poca producción personal, con la contemporaneidad de una buena coctelería o una simple cuba, buen diseño y ambiente que invita.
En Cinco Rodavento me di toda la vueltita y me gustó encontrar rincones y espacios distintos para cada momento. El que titulan Rüf me encantó, un bar de terraza en último piso, con agradabilísima vista en donde se disfruta además de la mixología de Omar Dorantes con vista al lago y a los interminables y estéticos techos tejados del pueblo.
Para acompañar la copa, hay botanas y snacks, increíbles atardeceres y noches de música rica. Los cocteles con mezcal muy, muy buenos.
Además, está 5 Restaurante, una opción con comida casual con onda family style a compartir de los chefs Diego Isunza y Ale Ortega con cositas sabrosas en plan cantinero con entradas, tacos que se antojan, alguna que otra cosita entre panes y platillos mexicanos con toque muy de Diego, cierta vanguardia pero conservando lo clásico que la propuesta de un menú de cantina debe ofrecer al ojo y al paladar del comensal.  Nuevamente, gozar del ambiente relajado en donde de todos modos se sabe que se privilegia la calidad.
La hospedada no canta mal las rancheras. La diseñadora jalisciense Mariana Valero fue la encargada de diseñar el interior de las 29 habitaciones con algo de influencia vallesana, texturas supercálidas y cómodas y una propuesta de arte inspirado en naturaleza, aventura y hasta un toque urbano.
Me gustó volver a los orígenes de cerrar los días de caminata, picnic o lago en Valle de Bravo con cena sin pretensiones y una buena barra.
A Valle de Bravo ya le hacía falta.
Por Valentina Ortiz Monasterio