Adriana Sarur: Brasil y su campaña electoral sui generis

Durante el mandato de Lula se logró reducir la brecha de desigualdad y la pobreza entre la ciudadanía brasileña

De Brasil se tiene la impresión que vive en un carnaval eterno, entre baile, música, fiesta y futebol. Fernando del Paso en su gran novela Noticias del Imperio nos cuenta cómo quedó maravillado Maximiliano de Habsburgo con este mágico país enclavado en la Amazonia. De igual manera, Stefan Zweig, escribió en su libro Brasil. El país del futuro, que esta tierra representaba el futuro del orbe, el fundamento de la esperanza y la pacificación de todo el mundo. Ese -orden y progreso- que se encuentra plasmado en su bandera. En su historia más reciente, este país fue un referente mundial de gobierno bajo la carismática figura de Luiz Inácio, mejor conocido como Lula da Silva. Durante su mandato se logró reducir la brecha de desigualdad y la pobreza entre la ciudadanía brasileña con programas como bolsa familia, elevando el salario mínimo, encabezando los famosos BRICS, aunado a la designación como país sede del Mundial de futbol en 2014 y dos años después, a Río de Janeiro como anfitriona de los Juegos Olímpicos. El gigante sudamericano mostraba al mundo que un gobierno de corte progresista era posible sin caer en el cliché latinoamericano de izquierda demagoga. El sueño duró poco. Tras la sucesión de Lula, encarnada por Dilma Rousseff, también comenzaron a salir a la luz los problemas de corrupción, escándalos como el de la operación Lava Jato y Odebrecht, en los que presuntamente incurrieron varios de los miembros del gabinete lulista, decantando en el encarcelamiento de varios de ellos y en la destitución de la presidenta Rousseff. Posteriormente, también se involucró al expresidente Lula y, aun sin mostrar pruebas, se le encarceló, privándolo de la libertad, pero no así de su gran popularidad. Con todo esto, Lula y Fernando Haddad, compañero de fórmula -y posible sustituto, si el Supremo Tribunal Electoral rechaza la candidatura del exmandatario-, se mantienen al frente en las preferencias con más de 30% de las preferencias; por el otro lado de la contienda y con 19% en las encuestas, se encuentra el candidato Jair Bolsonaro, un exmilitar, nacionalista y ultraderechista, pero muy acertado en su comunicación en redes sociales logrando un mayor impacto entre los votantes. Para acompañarlo en la vicepresidencia ha elegido a un defensor de la dictadura militar que sufrió el país entre 1964 y 1985. Así pues, en medio de este torbellino político, económico e institucional que vive el país amazónico, el próximo 7 de octubre se celebrarán unas elecciones presidenciales sui géneris, veladas por la incertidumbre de saber si Lula podrá aparecer en la boleta, una vez que el Partido de los Trabajadores (PT) formalizó su candidatura. Estas elecciones también se caracterizan por tener el mayor número de aspirantes (13) desde 1989 y por el descontento social que se respira en las calles, lo cual hace pronosticar una baja asistencia a las urnas. Habrá que seguir esta historia para saber si Brasil sigue siendo aquel país que describió Zweig como ejemplo de pacificación y esperanza mundial o se da otro descalabro para la democracia.