La falta de una política pública clara, justa e incorrompible para las colonias cool, hípsters, in está cobrando una violenta factura en algunas de las ciudades más importantes del mundo que empujaron por décadas el embellecimiento de zonas en decadencia a la par del desplazamiento de pobladores que ya no pudieron pagar la renta por el proceso de gentrificación.
El término “gentrificación” fue acuñado por Ruth Glass en los años 60 del siglo pasado. La socióloga inglesa observó que el barrio londinense Notting Hill cambiaba poco a poco su peligroso aspecto de calles oscuras habitadas por obreros, a luminarias de osados cafecillos, galerías y restaurantes concurridos por clases medias, profesionistas o adineradas con “conciencia social”.
El proceso para esa transformación es, hasta la fecha, el mismo en cualquier parte: un barrio importante por su ubicación, comercio o movilidad se deteriora y flota entre la criminalidad hasta que el gobierno, con algún fondo privado, atrae a artistas, profesionales o pequeños empresarios dispuestos a tomar el riesgo a cambio de incentivos fiscales o programas de apoyo para sus proyectos.
El espacio se vuelve atractivo, las rentas suben, los habitantes más pobres se van y las inmobiliarias toman el control del territorio que incluye la compra de casas ?a veces históricas? para demolerlas y construir edificios desproporcionados donde no ha faltado el lavado de dinero. Sucedió en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, España, Argentina y en la Ciudad de México, entre otros países para disgusto de algunos afectados.
Los “grupos antigentrificación” creen que los elevados precios no son para tanto, sino mera especulación inmobiliaria y en los últimos días han apostado nuevamente (hubo algunos brotes en los años 90) por las agresiones físicas y verbales: en Los Ángeles, el Boyle Heights Alliance Against Artwashing and Displacement (BHAAAD) boicotearon el kosher Asher Caffe & Lounge ubicado en el mexicanísimo barrio de East LA. Pero ha habido acciones mucho más agresivas en contra de negocios de los barrios “rescatados” tanto en California (amenazas de muerte) como en otras del mundo, de Nueva York a París; Berlín o Madrid.
En la capital española el colectivo Pinta Malasaña organizó un evento con cientos de “antigentrificadores” con el objetivo de pintar graffitis de mala calidad (firmas con espray y pintas a dos colores) sobre 200 primorosos locales; la mitad de los cuales tuvieron que cerrar posteriormente para su remodelación.
En la Ciudad de México, las protestas con violencia física no han prosperado, pero la oposición exitosa del Corredor Cultural Chapultepec (en 2015), así como la promoción por parte de colectivos sociales de la figura de “Santa Mari La Juarica patrona, madre y niña beata protectora contra la gentrificación”, son muestras de inconformidad que las autoridades no deben pasar por alto. Después de todo no se trata de frenar la calidad de vida o la estética en las urbes del mundo, sino el abuso inmobiliario para que el progreso sea auténtico y no un show excluyente. *Periodista
Días violentos en barrios hipsters del mundo
Los “grupos antigentrificación” creen que los elevados precios no son para tanto, sino mera especulación